Existen ocasiones en las que las cosas se toman su tiempo. En mi caso, la tantas veces dilatada entrega al cante de Tomás Pavón, del que conocía su poderoso influjo, pero con el que no había accedido al estado de disfrute pleno. Me hablaban de él voces solventes y de toda mi confianza, como José Mª Velázquez-Gaztelu y José Manuel Gamboa, a los que ya he transmitido mi rendición al pequeño gran hermano de Pastora. ¡Qué bien canta Tomás!, afirmo, y permítaseme el uso del presente de indicativo, que su cante está muy vivo. Nada de un pretérito que, además, se llama imperfecto. Por Fermín Lobatón. Periodista
Claro que, para que uno haya alcanzado ese estado de placentera plenitud e identificación con esos cantes —espantadas definitivamente las dudosas sensaciones de otras reediciones, que empañaban el gozo—, ha tenido que llegar la mejor y más cuidada versión que estos oídos han podido escuchar de los registros de cante del sevillano. Son los que se contienen en el volumen III de la Colección Carlos Martín Ballester, donde a los nombres ya citados se unen la del propio editor, con un apasionante y detallado recorrido por su biografía y por sus grabaciones, y las de Ramón Soler Díaz y Norberto Torres Cortés, con sus brillantes análisis de los cantes y de su acompañamiento guitarrístico, respectivamente. La tercera entrega persiste en los criterios de alta calidad en la edición, que corre a cargo de María Artigas.
La presente edición de estas grabaciones consta de veintitrés cantes de Tomás, los veintiuno conocidos hasta ahora, más los dos nuevos que Carlos nos presenta: un fandango de 1930 y, sobre todo, una seguiriya de 1927 que resulta fundamental, dado la reconocida condición de gran seguiriyero del cantaor. Tomás Pavón impresionó quince discos de 78 rpm en tres distintas series: nueve en Regal (1927), con el toque de Niño Ricardo; tres en Odeón (1930) con Manolo de Badajoz, y otros tres en La Voz de su Amo (1947) con Melchor de Marchena. Encontramos una mayoría de seguiriyas (5), soleares (5) y bulerías por soleá (3). También se encuentran fandangos (4), granaínas (3), saetas (2) y toná (1).
A mí el cante del pequeño de los Pavón me ha enamorado por su insólita perfección y belleza, que no le resta un ápice de emoción; su elegancia, el uso siempre ajustado del melisma, su contención, su forma de ligar los tercios, a veces de forma inverosímil… Evidentemente, es toda una osadía por mi parte tratar de poner palabras al poder de transmisión de sus interpretaciones, dado que en los textos que acompañan a estas grabaciones se podría decir que está todo dicho y, además, con tanta justeza como hermosura: «el cante de Tomás, un lucha hermosa y digna contra la adversidad, una voz alejada del lloriqueo, siempre elegante y armoniosa, quebradiza, pero firme» (Ramón Soler Díaz). «Saber respirar (…), saber administrar el aire es lo que proporciona la libertad de expresión, el poder extenderse y rematar con su aquel, la rúbrica de los grandes…» (José Manuel Gamboa).
Estas grabaciones suponen, además, el recorrido por un canon sucesivo de estilos legendarios. En sus interpretaciones puede encontrarse la huella de sus influencias —lo sabido: El Mellizo, Chacón y Torres, Frijones, Lacherna, Joaquín el de la Paula…—, pero Tomás logra imprimirles su personalidad, el tan ansiado sello particular, convertirlas en personales, reconocibles en su voz hasta convertirse en eslabón imprescindible y referencia de algunos de esos estilos. En palabras de Velázquez-Gaztelu, «han dejado de tener el influjo de otras corrientes para adquirir vida propia».
El destino quiso que este hombre prefiriese «buscar cobijo en el silencio y la sombra», aun estando «poseído de una intensa capacidad para transmitir el cante con la fuerza de una emoción que superaba los límites incluso de la misma expresión artística» (Carlos Martín Ballester). Quedará siempre su impecable legado discográfico.