La Academia de baile independiente más emblemática y prestigiosa del flamenco, Amor de Dios, cumple este enero 70 años. Por aquí han pasado todos los grandes bailaores y bailaoras de todos los tiempos. En enero de 1953 se inauguró el estudio de baile que pasó a llamarse “Amor de Dios” en décadas futuras. Este primer estudio estaba situado en la calle de la Montera, Juan María Bourio había habilitado para sede de la compañía en solitario de Antonio Ruiz Soler (Antonio el Bailarín). Foto clase en Amor de Dios @zocoflamenco
Aquí llegaron los primeros maestros y se impartieron las primeras clases hasta que, cinco años más tarde, la finca fue declarada en ruina por el Ayuntamiento. Se trasladan a su segundo emplazamiento en el número 4 de la calle Amor de Dios, donde ya empezó a conocerse popularmente como Amor de Dios y se agrandó su historia con la incorporación de los grandes maestros y la formación de artistas y practicantes procedentes de todo el mundo.
A finales de 1993 hubo que desplazar el Centro a unas instalaciones provisionales en el número 13 de la calle Fray Luis de León y en Agosto del 2003 El Güito inauguró las nuevas instalaciones de la calle Santa Isabel donde permanece en la actualidad con la misma filosofía y estilo.
Amor de Dios, el baile pendiente del aire, por Juan José Leonor
Madrid guarda dos reinados, por eso es la capital, La Zarzuela, residencia de un Rey, y la escuela de baile flamenco Amor de Dios, donde se baila, y mucho. Se puede decir que de este emblemático centro se ha dicho casi todo, su historia, y los artistas que con sus tachuelas maltrataron sus tablas y dejaron huellas que muchos continúan repitiendo, porque no hay otra manera de forjarse un camino en esta senda del baile flamenco.
La familiaridad y la afición que se respira en sus salas, invita a quedarse como espectador, si un avezado “buscaespectáculos” diera con este filón, y Joaquín San Juan, su director, lo consintiera, ya tendríamos la escuela repleta de gente grabando sin pestañear sus amenas clases, que si las observas y escuchas detenidamente son pura filosofía del cuerpo, estudio de un escultor de nubes, de movimientos tan rabiosamente impredecibles como de mantener una quietud marmórea. Dominar los tiempos exactos del compás es una disciplina que no está en manos de cualquiera, tener frente a ti a La Tati, digamos, que con su látigo de seda, marca los tiempos y te hace sudar un poco más, hasta que lo bordes, una sensación tan agotadora como gratificante.
El Maestro El Güito, ha impartido sus clases durante décadas
Nombro primeramente a esta castiza bailaora para abrir una baraja de maestros impartiendo clases en este centro, que con toda seguridad no se da en ninguna parte del planeta, ni físico ni flamenco. Consagradas y consagrados bailaores, históricos y contemporáneos, ofrecen su experiencia a quienes busquen una manera de mostrar sus inquietudes flamencas a partir de su cuerpo. Es prácticamente inevitable contar como, desde la iniciativa de un bailaor que dio renombre a la danza española, como fue Antonio Ruiz Soler, más conocido como Antonio “El Bailarín” ante la necesidad de encontrar un lugar en donde ensayar con su compañía, localizó un local en la calle de La Montera, allá por el año 1952, principios del 53, en donde estuvo hasta finales de esa década, trasladándose después a la calle Amor de Dios, y de ahí el nombre. De esta amorosa vía se trasladó la academia a la calle Fray Luis De León, en donde estuvo fugazmente y por último, en su actual ubicación en la calle Santa Isabel, encima del Mercado de Antón Martín.
Quien llegue a esta particular academia, suba las escaleras y atraviese sus puertas, ya sea un principiante o un consagrado, entra en poder del compás, unos buscarán un maestro o maestra que les inicie en sus primeros quiebros; los otros, pulir o incorporar a sus formas un carácter particular que les enriquezca, pero no todo el mundo busca el flamenco como forma de expresión. Hay quien desea incorporar unos movimientos de la solea, por ejemplo, a su disciplina dancística contemporánea o agudizar el sentido de la improvisación, si es que eso es posible, que seguro que sí. Esta es una de las ventajas que ofrece Amor de Dios, cada uno puede elegir el modelo que más le convenga según sus inquietudes artísticas. Si se es capaz, se puede comenzar una clase con Alfonso Losa, inquilino artístico de la academia, hacer un descanso y ponerse con La Uchi.
Un ensayo con Alfonso Losa
Podemos decir que aquí hay madera, muchos de los artistas que imparten sus clases son herederos de toda una saga de históricos maestros que también han llevado a cabo sus hazañas flamencas partiendo de este centro: El Guito, con su solemne soleá, Antonio Gades, Manolete, Carmela Greco, La Truco, Belén Maya, Ciro y muchos más que sugerimos localicen en sus biografías o echando un vistazo en ya saben dónde. Cuando por un lugar pasa tanto artista reconocido y deja su arte pendiente del aire, cierta energía queda en sus rincones, se puede intuir en sus pasillos, en esa dejadez ordenada que mantiene ese sabor a tiempo y esfuerzo, el ajetreo diario de alumnos y maestros la hacen ser una fuente viva de inspiración, de superación y de ilusión. Es fácil encontrar en la entrada un viejo tocadiscos girando, en la entrada, donde posiblemente El Agujetas amenice la espera de quien, sentado en el sillón, espere el porvenir, o no, simplemente espera su turno para dar inicio a su clase.
María Juncal, en un ensayo
La vida diaria en Amor de Dios va por oleadas, bien lo sabe Joaquín San Juan, que por no desmerecer también luce el apellido de un ilustre Santo, él es quien con su jonda sonrisa podrá orientar tus pasos o esclarecer las dudas que más te inquieten en tu llegada a este particular reino del compás, centro neurálgico de lo flamenco y los flamencos, el Doñana flamenco, pero no tan protegido.
Esta es una pequeña y humilde reseña a uno de los espacios más emblemáticos de nuestro Madrid flamenco, que ahora cumple 70 años, no hay “visitante con lunares” en la sangre, que no recale por esta calle de Santa Isabel y se pare a escuchar el taconeo incesante que sale por sus ventanales y que mire su tatuada fachada, que se deje llevar por el ensueño que provoca un arte que enamora. Todos llevamos un flamenco dentro, ¡hazlo brotar, por el amor de Dios!