El trabajo ensimismado de las manos. La exquisitez en el detalle, los mejores materiales, el mimo en el acabado, la tradición de siglos mejorada…, esto y mucho más aportan los artesanos involucrados con la excelencia en este especial “Regala flamenco por Navidad”. El tiempo, la atención y la intención dirigidos a una obra única. Presentamos tres oficios, tres talleres rondando los cien años de antigüedad, entregados al flamenco, que han sobrevivido a las crisis: artesanía de excelencia en guitarras, mantones y abanicos.
GUITARREROS, UN ARTE ESPAÑOL DE SIGLOS
“La guitarra es una montaña con dos vertientes. Una es la flamenca; la otra, la clásica. Ambas igualmente admirables” [Andrés Segovia].
Hacer guitarras es un arte de identidad netamente español en el cual, la escuela de guitarreros de Madrid ha destacado por su buen hacer. Felipe Conde, descendiente de la saga “Conde Hermanos- Esteso”, que ahora cumple 100 años, comenta que “El taller es siempre un aval y una garantía ya que el artesano se hace responsable de todas las piezas que salen de su taller y la relación con sus obras no se interrumpe” También expone que “las guitarras terminan volviendo, para su conservación y puesta a punto”.
Hacer guitarras hoy en día difiere un poco de hace cien años, pero solo un poco. Las diferencias entre la guitarra artesana que se hacía hace cien años y la que se hacen actualmente radica en la construcción y en las maderas que se emplean:
“Antes la guitarra flamenca se construía con la tapa de pino abeto europeo, y los aros y el fondeo de ciprés español pero desde la década de los 70 se emplea también el cedro rojo para la tapa y el palo santo en los aros y el fondo. “En nuestro taller, mi padre Mariano, mi tío Faustino y Paco de Lucía crearon la guitarra flamenca de palosanto, con más proyección, más volumen y una mayor precisión de sonido”. En referencia a la construcción, Felipe Conde explica que antes, hasta los bancos de trabajo los tenían que construir los guitarreros al igual que algunas herramientas especializadas, pero que ahora tienen a disposición más tecnología. “Por ejemplo a la hora de hacer la distribución de trastes del diapasón, en lugar de hacerlo con serrucho disponemos de una máquina más precisa que tiene la distribución exacta para la afinación”, comenta.
Según este maestro guitarrero, miembro del prestigioso Círculo Fortuny (Asociación de empresas de alta calidad), para distinguir una guitarra verdaderamente artesana de calidad, la madera elegida debe de tener la densidad, la dureza y la veta adecuada. “El guitarrista lo distingue rápido, sabe el sonido que busca y lo encuentra; este es un mundo muy especializado donde se sabe bien qué se quiere comprar. La guitarra perfecta no existe, porque cada guitarra es única y se adapta a lo que el guitarrista quiere. Hasta que el guitarrista encuentra el sonido, el gusto de tocar, el manejo y el confort idóneo es necesario un proceso de familiarización con el instrumento”, resalta Felipe Conde.
Y ¿qué distingue una guitarra de otra?, ¿un taller artesano de otro? “Nuestras guitarras flamencas tienen su sonido característico: un amplio volumen, mucha “pegada” y una flamencura innata”.
BORDANDO A MANO UN MANTÓN
Ángeles Espinar tiene un pequeño taller de exquisito bordado de mantones a mano en Villamanrique de la Condesa, un pueblo sevillano con una larga tradición en el bordado, “pero bordado blanco, el que se hacía para las casullas, los paños de la iglesia, la ropa interior de los señoritos…”. El bordado del mantón lo lleva a este municipio la mujer de un teniente destinado allí, en 1925. “Esta señora era sevillana y nos trajo la tradición del bordado sevillano del mantón. El arte cuajó porque la mayoría de las mujeres del pueblo ya bordaba en blanco, en recto, que es una técnica mucho más difícil”.
La tradición del taller de Ángeles se remonta a los años 30, cuando su madre que era profesora de bordados abrió su primer taller de bordado de mantones. “Y muchas mujeres del pueblo pusieron sus talleres, y se extendió a los pueblos de alrededor, a Pilas y otros”.
El reconocimiento a su labor, le vino a raíz de la exposición de 1979 en “Exporte”, en Sevilla, donde se celebró la primera exposición iberoamericana. “El bordado se estaba perdiendo porque nadie lo hacía en su casa, se pagaba muy poco, y las mujeres se empezaron a dedicar a otras tareas, donde les pagaran más. Yo llevé a esta exposición nueve mantones de seda natural de Italia, bordados con dibujos y colores creados por mí, que tiño la seda en casa y le doy unos tonos propios”.
Estos nueve mantones gustaron mucho y ahí empezó el desarrollo del taller donde llegó a tener muchas bordadoras. “En 1980 la gente me buscaba, y al poco no daba abasto, venía gente de toda España”, pero también de Méjico y otras partes de América. “Un mantón de los míos se diferencia por la calidad de la seda, los colores originales, los dibujos y el bordado, el buen fleco… Para mis dibujos me fijo en las flores que yo siembro, los pensamientos, las rosas, los tulipanes, y de ahí saco la foto y lo bordo. Utilizo los mejores tintes, las mejores sedas, que me las mandan de Nápoles”.
“Creo que me diferencio también por el aprendizaje. Tuve la suerte de tener como maestra de dibujo en bordado de tapices a Pilar Mencos, una gran artista, con la que trabajé haciendo tapices, los mejores de España. Ella me enseñó mucho del colorido, me enseñó el arte, le gusto, me enseñó a teñir la seda, la combinación de color en el bordado”.
A Ángeles le han reconocido también su trabajo con la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes que le concedió el Rey Juan Carlos y el Ministerio de Cultura por la conservación y difusión del patrimonio siendo la primera artesana que la ostenta esta medalla. Y ha participado y expuesto sus mantones en la Feria Internacional de Moda, SIMOF (Sevilla).
La producción ha bajado desde entonces. “Las jóvenes ahora no quieren bordar”, se queja Ángeles. Todos los mantones que hacen en su taller son encargos. Su hija sigue con la tradición y aporta sus estudios en Bellas Artes para mejorar y actualizar los temas del bordado, “es una gran diseñadora”, dice Ángeles.
Alguno de sus mantones lleva ocho meses acabarlo, y trabajando tres personas en él. Cada mantón es exclusivo. “Tengo más encargos que los que puedo atender. Hay lista de espera. Ha venido gente a ver nuestro trabajo de todo el mundo: de Japón, Marruecos, Australia… vienen especialmente a mi casa a ver cómo bordamos. Vino el embajador de Japón, que encargó varios para regalar”.
ABANICOS: JOYAS QUE DAN AIRE
En el taller de abanicos de Andrés Pascual van por la cuarta generación. “Comenzaron mis bisabuelos –cuenta Macarena Andrés-, en 1880. Mi bisabuela, Carmen Blasco, era teladora y este oficio les llevó a abrir el primer taller”.
En un abanico, trabajan varios especialistas, pero varillajeros y teladoras son los básicos. Un arte donde se da el trabajo en cremallera “hombre-mujer”. Los hombres trabajan más el varillaje: el varillajero, el calador, el que hace los calados; el adornador, que hace el bajo relieve; el decorador, decora con pinturas y un maqueador, que da color el bajorriele. Las mujeres, trabajan más “el país” que es la tela, encaje, piel…Son las teladoras, que pueden ser encajeras (si es de encaje), bolilleras (bolillos), pintoras, fondistas,….
“En abanicos hay tal variedad como caprichos. Desde el material del varillaje, en madera (palosanto, palovioleta, palorosa, sándalo, olivo y ébano), a marfil, hueso o nácar, en los que se hacen verdaderas filigranas de miniaturista o se incrustan piedras preciosas. Hasta “el país”, que es la tela, y puede ser de encaje, de seda, de cabritilla, de bolillos…”, comenta Macarena.
Dependiendo de la calidad del dibujo, del trabajo, de los materiales, así se valora el abanico. Pero hacemos otros cuyo valor es difícil calcular, si llevan por ejemplo esmeraldas, diamantes… Entran muchas variantes en el encargo.
Está el oficio de pintor miniaturista, especializado en sedas, en cabritilla, que apenas se pinta ya, es un arte antiguo, y quedan pocos expertos. Los encajes pueden ser de Brujas, de bolillos, de Granada, donde se bordan y tejen encajes especiales. Por encargo: piden cosas determinadas, por ejemplo con piedras preciosas, para la realeza o la nobleza, se trabaja con especialistas, joyeros, según el proceso se coordina, se monta el abanico final.
La cabera o guardas, que es la parte gruesa, aquí se incrustan las piedras, el material se rebaja para incrustar. Depende del tipo de abanico, así se contratan a la personas que lo trabajan dependiendo, puntillas puntillera, bordadoras, fondista. Y luego está el montaje del abanico, realizado por un experto.
Aldaya es la única zona en toda España donde aún se hacen abanicos a mano. Quedan 10 talleres. “Hay abanicos que son verdaderas joyas, son productos exclusivos para demandas particulares, y pueden costar 6.000 euros, dependiendo de los materiales y el trabajo. Pero hay abanicos sin precio. Piezas únicas que son difíciles de valorar”, señala Macarena.