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Camarón lo hizo posible: 40 años de leyenda

Camarón lo hizo posible: 40 años de leyenda

Fue en 1979, ya van cuarenta años, cuando la casa PHILIPS saca a la venta La leyenda del tiempo (S 6328255), el décimo LP de Camarón, el primero sin la familia Lucía al fondo. Lo que  el público (mixto del tradicional y el principiante) se encontró con el disco nuevo de Camarón marcó época. De una sola vez, el álbum abordaba la renovación musical y la renovación literaria. Por José Antonio Ponferrada. Académico Real Academia de Córdoba.

La música no necesita letra. Pero muchas músicas la tienen. En el cante se le reconoce una gran importancia. Ha de ir a tono con la melodía: a toque alegre, letras de gozo o burlonas. Y sobre todas las cosas debe ser bella. Aquí entra lo literario. No todo lo que se dice con palabras se puede considerar literario, porque el lenguaje sirve para muchas cosas: para pedir algo, para saber si se nos oye, para hablar de lo que se habla (de la lengua misma, que es lo que yo hago ahora)… Así, podemos definir la Literatura como “la utilización del lenguaje con finalidad de belleza”; o, dicho de otra forma, como “el arte de la palabra”. Lo literario aparece cuando quien se expresa cuida muy especialmente la elaboración del mensaje y pesa las palabras, las mide, con intención claramente estética.

Desde sus comienzos el cante flamenco se ha nutrido de dos grandes fuentes literarias, ambas de tradición oral  y representativas de los dos veneros que, más allá de interesadas polémicas, han conformado lo que hoy llamamos flamenco. Estas dos corrientes son: a) las letras debidas a los propios intérpretes (muchos de ellos, pero no sólo, gitanos andaluces); y b) las del folklore popular andaluz (o de otras zonas flamencas: Levante, Extremadura, esa Castilla andaluza de Salamanca, etc.). Las primeras, hechas por sus propios intérpretes, aunque a menudo circulen como anónimas, fueron en su principio creaciones históricas de autor, personalísimas. Si se indagara, se vería “que unas, por ejemplo, eran del «tío Perico Mariano», otras del «Fillo», otras de «Juanele», otras del «Bizco Sevillano»” (Antonio Machado y Álvarez, Colección de Cantes flamencos…, Sevilla, 1881). La otra corriente, ancestral, es radicalmente anónima, como expresión que es de lo que un pueblo, el andaluz predominantemente, sabe y siente.

Ya se sabe que “hasta que el pueblo las canta / las coplas, coplas no son, / y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe el autor” (Manuel Machado). Seguramente, coplas de autor en su momento conocido alcanzaron el honor, que deseaba el poeta, de ser aceptadas por el pueblo y sus cantaores,  pasando hoy por anónimas; o están registradas por algún aprovechadito de los que Rodríguez Marín llamaba bausanes (que el diccionario define como “persona necia”). Pero entiendo que la literatura flamenca de autor conocido no entra de hoz y coz hasta la época de los festivales (en el eje de los sesenta del siglo pasado). De entre los autores de  letras flamencas en este periodo reciente, con sus nombres al pie de los cantes y su reconocimiento general, citaremos dos casos famosos y ejemplares (andaluces ambos): Francisco Moreno Galván y los hermanos Murciano (Antonio, especialmente, y Carlos). En estos casos, como en otros, el autor escribe para el cante, siguiendo a sabiendas (y con gran conocimiento) las pautas, las formas, de los distintos estilos flamencos.

Lo novedoso en las letras que José Monje Cruz (Camarón de la Isla o Camarón ya, a secas, en la portada del disco) canta en La leyenda del tiempo, es que, en su abrumadora mayoría, ni son tradicionales andaluzas, ni se deben al ingenio del cantaor. Por primera vez en un disco de flamenco, todos los temas (menos uno: la popular “Tarara”) proceden de autores bien conocidos. A saber: Federico García Lorca, Fernando Villalón, Omar Kayán, Francisco Díaz Velásquez y José María López Sanfeliu. Pero lo más novedoso es que las letras provienen, en su mayoría, de la literatura escrita, no de la literatura oral. Sus autores pertenecen a lo que llamamos “literatura culta”  que se caracteriza porque el autor firma su obra (no es anónima) y la da por escrito. Lo que no excluye del todo la inventiva del cantaor. Un ejemplo: en los “Tangos de la sultana” José Monje cambió uno de los versos originales, el que decía “a sándalo y romero huele tu cuerpo”, por el conocido “a mata de romero…”. Con lo que mejoró el poema, según confiesa el propio Díaz Velázquez, su autor, en una entrevista.

Literatura fundamentalmente culta (por sus autores), pero a la vez popular (por su vocación y su destino) es la que conforma La leyenda del tiempo, de José Monje. Con lo que, entiendo, en este disco de flamenco se dan a un tiempo las dos tendencias anunciadas por Machado y Álvarez (Demófilo) y Rodríguez Marín (el Bachiller de Osuna; p. ej. en sus Cantes populares españoles, Sevilla, 1882-1883); o sea: el agachonamiento por el uso de letras “castellanas”, o gachés; y el aflamencamiento, al haber sido adaptadas, fragmentadas… pasadas por la supervoz  cañí del Camarón. En lo que vino a resultar, los gitanos más puros vieron el peligro gaché; la loca juventud, gitana o no, el genio.

Renovación musical

El flamenco se había ido colando en los intereses de un nuevo público por una doble vía: a) a través de las letras reivindicativas de cantaores como Manuel Gerena o el gran José Menese,  propias de un país saliente de la dictadura; y b) por sus valores musicales, identificados con el Sur, en esa época de auge de lo regional que acabaría dando lugar en política a las autonomías y en música al “rock con raíces”.

En este disco germinal, lo novedoso desde el punto de vista estrictamente musical no estaba en la voz, inconfundiblemente flamenca, de José Monje Cruz, Camarón, sino en los instrumentos, inéditos hasta entonces en las grabaciones de un cantaor. Junto a los tradicionales del flamenco suenan: piano Fender, bajo y guitarra eléctricos, batería, sitar… y hasta un mini sintetizador Moog. Los jóvenes estábamos como locos con la novedad y los mayores muy pensativos. Para nosotros aquello no era tan raro, porque ya veníamos  de oír  los Sketches from Spain de Miles Davis (1960) y My spanish heart de Chick Corea (1976).  Sabíamos  lo que los instrumentos de la orquesta de jazz o el piano podían aportar a los aires flamencos.

Por otra parte, en el contemporáneo “rock andaluz” (nuestra división del “rock con raíces” o “rock de las nacionalidades”) habían desembocado todos los intentos de fusionar la “música moderna” con el flamenco. Y en La leyenda del tiempo se cruzan todas estas influencias, incluso con la presencia física o de fondo de miembros de Smash (Gualberto), Alameda (Marinelli), Pata Negra (Raimundo Amador), Lole y Manuel…, además de la del mítico álbum Veneno (1977).

Lo que, curiosamente, no se oye en La leyenda del tiempo (y sí en siguientes discos de Camarón) es el saxofón que, desde los tiempos del Negro Aquilino (c. 1940) se había naturalizado como una voz flamenca más. No pierdo la oportunidad de recomendar vivamente los dos volúmenes de Jazz flamenco, grabados por el gran Pedro Iturralde en 1967 y 1968 (donde Paco de Lucía, por problemas de contrato, aparece como “Paco de Algeciras”). Por los años del “rock andaluz”, poco antes de La leyenda…, don Pedro el navarro aumentó el caudal renovador con Flamenco Studio (1976).

La leyenda, al paso del tiempo, nos parece un hito fundamental para la cultura musical española: gracias a su novedosa reunión de estilos e instrumentos (de difícil clasificación, pero de indudable raíz flamenca) se ponen los cimientos para obras como Omega, de Morente y Lagartija Nick y el reciente A través de la luz de Fernando Vacas (Vallellano & The Royal Gypsy Orchestra): 1979, 1996, 2018: a veinte años por disco, son tres momentos estelares en la progresión del flamenco, obras nacidas para crecer.

En el disco nuevo del Camarón también era nuevo el sistema de grabación del disco de un cantaor: el magnetófono y la edición son analógicos, como de costumbre; pero la grabadora ya no es de cuatro, sino multipistas, la consola de 24 canales y el estudio de grabación enorme y con disposición horaria para repetir la toma. Ricardo Pachón, el productor de este LP, nos cuenta en “Vida de una leyenda” (suplemento “Babelia”, págs. 10-11, El País, 11-08-12) que José Monje (algo abrumado por tanta novedad), ante la presión tan fuerte de su entorno más puramente gitano llegó a decirle un día: “Ricardo, el próximo disco de guitarritas y palmas”. Pero la semilla estaba plantada.

 De Persia a Morón

Además de la renovación musical, es un hecho destacadísimo que las letras que canta en La leyenda del tiempo, en su abrumadora mayoría, ni son tradicionales andaluzas, ni se deben al ingenio del cantaor. Por primera vez en un disco de flamenco, todos los temas (menos uno: la popular “Tarara”) proceden de autores bien conocidos; a saber, de: Federico García Lorca, Fernando Villalón, Omar Kayán, Francisco Díaz Velásquez y José María López Sanfeliu (Kiko Veneno). Nos ocuparemos ahora de algunos de ellos.

 Me interesa particularmente lo referido al poeta y ganadero de reses bravas Fernando Villalón-Daoiz y Halcón (Sevilla, 1881 – Madrid, 1930) que, como Juan Ramón Jiménez y luego Rafael Alberti, estudió en los jesuitas del Puerto de Santa María (el edificio al dorso de aquellos billetes rosa de 2.000 pesetas, los del poeta Juan Ramón: “allá va el olor de la rosa”). Es sabido que Villalón, a quien su primo el escritor Manuel Halcón definió como “un poeta cuarentón que de pronto tiene prisa”, pasó la mayor parte de su vida por la que denominamos Andalucía la Baja (con residencia habitual en Morón). Hombre de claras querencias populares, llevó el poético título nobiliario de Marqués de Miraflores de los Ángeles. Pues bien: de los 22 versos de “Bahía de Cádiz” (recordemos, uno de los temas más conocidos de La leyenda del tiempo) solo quince son de Villalón. Los versos que  abren y cierran en el cante de Camarón (aquellos de “El barquito de vapor / está hecho con la idea / que en echándole carbón / navega contra marea” y  “Entre la tierra y el cielo / no hay mujeres con más sal / que las mositas del Puerto / con su faldita planchá”), esos se encontrarán en el libro de Villalón que se tituló Andalucía la Baja (Sevilla, 1926); pero con la oportuna impresión en cursiva, y la advertencia de que son letras de cante tradicionales, de las que  los marisqueros cantaban por “Caracoles” entremetiéndolas en sus pregones por la calle Ancha de Cádiz…

Recordemos a los artistas flamencos, como fuente de inspiración, que Fernando Villalón dedica “El alma de las canciones”, uno de los apartados de Andalucía la Baja, a los cantes andaluces. En la actualidad, la edición de referencia para la obra completa de Villalón es la de JACQUES ISSOREL, Fernando Villalón. Obras [poesía y prosa], Madrid, 1987. Se trata de una edición de 1.500 ejemplares numerados: mi  ejemplar es el número 666; curiosidad numérica que hubiera encantado al poeta Villalón, al que le venía de casta la tendencia a lo supersticioso y que, por su cuenta, tuvo ribetes de teósofo y ocultista (como su propia obra muestra)

Desquitando, pues, aquellos ocho versos, sí son de Villalón los quince siguientes que citaré por el original (algo diferente) del poeta:

¡Bajos de Guía! ¡Salmedina!

                                               Espejo de los esteros,

                                               bandejas de agua salada

                                               donde están los salineros.

                                               Qué se me importará a mí

                                               que se sequen las salinas

                                               mientras que te tenga a ti.

                                               ¡Yslas del Guadalquivir!

                                               ¡Donde se fueron los moros

                                               que no se quisieron ir!…

¡Esteros de Sancti Petri!

                                               ¡Salinas de San Fernando!

                                               ¡Espejos de sol y sal

                                               en donde duermen los barcos!

Los once primeros pertenecen a Romances del 800 (Málaga, 1929), a las series de “Marineras” los ocho de delante y a las de “Garrochistas” los tres siguientes. Los cuatro últimos son de su primer libro de poemas, Andalucía la Baja.

 El avispado píblico ya se habrá percatado de los leves cambios introducidos por Camarón, normalmente para bien de su cante o para adaptarlos a su peculiar idiosincrasia. Así, la copla popular antes citada sobre “las mositas del Puerto / con su faldita planchá” pasa, en La leyenda del tiempo y en el cante de Camarón a referirse, solamente, a “las gitanas del Puerto / de Cáiz hasta Gibraltar”. Algo parecido sucedió en otra de las canciones del disco, los “Tangos de la sultana” obra de Francisco Díaz Velásquez (sevillano de 1942 que, por entonces, era Director General de Cultura de la Junta de Andalucía). En los “Tangos…” José Monje cambió uno de los versos originales, el que decía “a sándalo y romero huele tu cuerpo”, por el conocido “a mata de romero huele tu cuerpo”. Con lo que mejoró el poema, según confiesa el propio Díaz Velázquez en una entrevista reciente.

Terminaremos con uno de los más sugerentes cortes de aquel álbum seminal: “Viejo mundo”, que se basa en los rubais, o cantos, del viejo poeta persa Omar Kayán (Khayyam en su habitual adaptación al inglés, o Jayyam como hoy suele verse), que vivió entre los años de 1048-1131. Escribió poemas de contenido filosófico y esteticista que se difundieron en occidente a partir de las traducciones, a menudo muy creativas, del inglés Edward Fitz-Gerald, cuya segunda edición de los Rubaiyat, en 1868, contiene 110 rubais. Entre los de Fitz-Gerald no he encontrado ninguno de los que  figuran en “Viejo mundo”; en las traducciones al francés (directamente del idioma farsi o persa) de Franz Toussaints (1879-1955) publicadas desde 1924, pero quizá menos conocidas, es donde sí que se encuentran. Los rubais persas son estrofas de cuatro versos de doce sílabas, en las que riman el primer, segundo y cuarto verso, quedando suelto el tercero. La letra del tema de Camarón es, por lo tanto, una adaptación de Kiko Veneno a partir de cuatro de los rubais del persa. A Veneno, según ha explicado, los poemas de Omar Kayán le llegaron por influencia hipp

¿Que todavía no se ha vuelto usted a poner La leyenda del tiempo, en su tocadiscos de toda la vida o en su moderno CD, que en los aparatillos de ordenador no es lo mismo? Pues ya se estaría perdiendo usted, por 37 minutos y 40 años después, comprobar la virtud que hace a un clásico (adjetivo comparativo clasicus: lo mejor en su clase): que está por encima del tiempo, “flotando como un velero”.

 

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