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Camarón tatuado

Camarón tatuado

Su aparente timidez provocaba una extraña hermandad y como la sal, dio su sabor a un futuro flamenco que estaba lejos de sazonar los gustos por este arte entre la gente más joven. Sus  discos sonaban distintos, acercaban un mundo de duquelas y quimeras de una forma aterciopelada pero hiriente, esa mano tatuada fue la llave que abrió las cárceles del cante a muchos oídos acomodados a músicas más ahumadas. Por Juan José Leonor

Quizás después de cruzar el puente que separaba Cádiz de la tierra firme, comenzaba una historia que a lo largo del tiempo fuera una leyenda, las ventas quedaron pequeñas para un chaval con los ojos aguados de recuerdos, pensamientos fraguados frente a las ascuas diarias de la herrería y ese martillo golpeando el yunque como gotas de acero, le devolvieran a un pasado que guardo en su voz, como se alberga el humo del cigarro en los bronquios flamencos, siempre presente en sus manos, como sus anillos, amuletos envueltos en dios sabe que ritos.

Se de la expectación que causaba su llegada en los ambientes de barrio, un revuelo de personas vestidas con sus mejores galas, en su mayoría gitanos, mostraban su inquietud dando muestras de un repertorio puramente camaronero ,racimos de mujeres deshojaban la incertidumbre de su llegada, sombra que acompaño al rubio gitano durante un tiempo y que después se supo ,como muchas de las cosas que se cuentan de él, por medio del rumor, que un desalmado vividor extendía contratos de los que él no conocía su existencia, dando lugar a que en el día señalado el público acudía a la cita y el artista, lógicamente no llegaba.

La aparición de Camarón de la Isla en el escenario musical de los años ochenta, sin contar sus anteriores trabajos, que por buenos fueron reservados exclusivamente a los más mayores o bien para los escuchaores más avezados, fue un descubrimiento por parte de los que llegábamos de otras músicas y de otros caminos, aunque seguramente ya fuéramos flamencos sin saberlo, vendimias y recolecciones varias nos arrimaron al fuego y a los cantes de Lole y Manuel, Triana nos dio en el corazón y Camarón nos enamoró, y fue en aumento, con cada aparición suya la leyenda se hacía más grande, ya podías estar en la playa de Bolonia, disfrutando del Quillito,camaronero borracho de mar, en Castellar o en cualquiera de los rincones de esta España bonita, que José estaba presente, bien su música o en directo, porque bolos hacia pa reventar. En las gasolineras era frecuente mirar las cintas de cassete y encontrarlo junto al Turronero, Juan de la Vara, Luis de Córdoba, Pansequito, con el tiempo  han conseguido ser piezas de colección con un punto nostálgico, esos viajes flamencos… con la sangre alborotada y sonando Rosa María, si tú me quisieras que feliz seria.

Ahora, en este nuevo ciclo flamenco en el que nos vemos, podemos apreciar como la inevitable rutina nos hace añorar figuras que den un giro a la historia, señores del cante que con su sola presencia invoquen ese rito que te mantiene expectante, con los sentidos dispuestos a degustar algo que nunca más sucederá, Camarón tenía ese poder, logro, desde su propia personalidad crearse un espacio en el difícil mundo de la eternidad, con una imagen de desaliño exquisito, unas letras que te atrapaban en las zarzas dulces de su poesía y su voz, la voz del tiempo, del amor, de los planetas, de los gitanos. Nos queda la alegría de haberlo conocido, de recordarlo y de saber que solo por eso Camarón está vivo.

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