Muy difícil para mí este escrito, pero los aficionados se merecen algunos recuerdos de mi larga vida con José. Escribir los recuerdos como vienen. Como balas de plata, que decía Carlos Lencero [escritor y biógrafo de Camarón]. Ricardo Pachón. Productor de “La Leyenda del Tiempo”. Foto @PacoManzano
A José lo conocí en 1962, buscándose la vida en la Venta de Vargas. Me preguntó a dónde iba. Le dije que a Málaga, y me pidió llevarlo a La Línea de la Concepción. La Raya de la Concepción de los locos ochenta.
Un Seat seiscientos, un viajante ¡que profesión más libertaria! y un joven Mozart que, con trece años, y casi de noche, se sube a un coche y se apodera del tiempo. Ya he dicho que Camarón tenía un áurea especial. Fueron dos o tres horas ¿de qué hablamos?
Y pasaron los meses, hasta que volví a verlo por Sevilla. En La Cuadra. En la caseta de feria de la Venta de Vargas, con Rancapino, Lola Flores, Caracol, Chano Lobato, Juanito Villar, Manuel Molina, El Beni de Cádiz, El Cojo Peroche… un senado gaditano que ya empezaba a asumir la magia del Camarón de la Isla.
Saltando. Me recuerdo paseando con él por la Atunara de La Línea en 1975. Me llamó para contarme que había terminado su contrato discográfico con la compañía. Y lo que le pedía el cuerpo: cambiar de discográfica, cambiar de estilo, para lo que mencionó, a su forma, los mensajes musicales de ese gran productor que fue José Luis de Carlos: Las Grecas, Diego Carrasco, Los Chorbos, Manzanita… El segundo LP de Lole y Manuel (Pasaje del Agua). Todas las puertas entreabiertas de Pata Negra y Veneno. Y Camarón en su mundo.
Confieso que no me esperaba nada de eso. El tímido Camarón decidía tomar el control de la nave. No más grabaciones solo con guitarra flamenca. Ya había grabado noventa temas con ese esquema de producción.
1975, 76, 77, 78… Está pasando algo y Camarón con esa capacidad musical que ya había demostrado a toda la parroquia, decide poner su reloj con su tiempo: el de Pink Floyd, Beatles, Rolling, Jimy Hendrix, Bob Dylan, Smash, Pata Negra, Veneno y…. el colega Silvio (Silvio y Luzbel RCA) Tabletom y su amigo Rockberto. Y su amigo Juan el Camas.
Y claro, deja el Madrid de la exquisita movida y se traslada al triángulo de las Bermudas. El triangulo formado por las tres bases militares americanas del sur del sur: Rota, Morón y San Pablo. Este triangulo de las Bermudas coincide con el Territorio Flamenco: Cádiz, Los Puertos, Jerez, Lebrija, Utrera, Morón, Alcalá, Triana…
Las bases americanas nos suministraban los discos, recién salidos al mercado, varios años antes de que se editaran en España, con lo que la formación musical en el sur del sur se salvó de le epidemia pophortera que impregno a casi el resto del país.
A parte de los discos, las tres bases competían en la calidad de las dosis de ácido lisérgico, LSD. ¿Qué pasó? Pues una mini revolución californiana en la Sevilla de las cofradías. Ácido y yerba por todo el territorio. Conexión entre hippies y gitanos. Emancipación de la juventud. Cantidad de hippies autóctonos paseando por Sevilla o Cádiz con el pelo por la cintura. Chavalas quinceañeras que se unían a los hippies y llegaban a casa colocadísimas.
Y en esa marmita cayó José Monge Cruz. Y se relajó un poco. Y fue feliz en Umbrete. Y volvió a disfrutar de alguna manguara (aguardiente del Andévalo: men water para los primeros ingleses de las minas). Tocaba los instrumentos nuevos para él, en la cercanía: el sitar de Gualberto, los teclados de Alameda, la artillería de Raimundo, con sus Ferder y Marshall.
La verdad es que fue un impasse de felicidad para todos. Raimundo me pidió música para bajar, y se escuchó el cuarteto catorce de Bethoven, del tirón. El mosto de Umbrete purificador. Adoptamos las normas del lugar: El mosto, con sus propiedades alucinógenas, hay que beberlo a diario durante su breve existencia.
En la casa vivíamos Juan El Camas, Raimundo, Camarón, Tomatito y yo. El resto de los músicos iban y venían. Los deberes estaban en folios tirados por la moqueta del estudio: poemas de Lorca, Villalón, Omar Kayan, Kiko Veneno y Paco Díaz Velazquez. Las voces se afinaban con las guitarras. Imaginad los sonidos de la reunión. Gente cantando y tocando por lo bajinis, y, de pronto
¡BINGO! Se hace silencio para escuchar un nuevo arreglo…
Una forma de producir, sin interferencias con la compañía. Una época dorada del mundo discográfico en que todo un director le dice a un productor novato: ¡piense a lo grande!