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El Flamenco en las pinturas de Pablo Ruiz Picasso y Joaquín Sorolla

 

El flamenco es música. El flamenco es poesía. Pero es también, por qué no, el gesto, el espacio, el paisaje, los rostros, cuerpo y movimiento… todo aquello que se encierra en una imagen. La imagen del flamenco no la han creado los artistas del cante, el baile y el toque, sino los otros, los pintores y escultores, fotógrafos y creadores que abrieron las puertas a su llamada, haciendo entrar en su universo las visiones que el flamenco provoca. Imagen: Baile de Sorolla

Muchos pintores españoles y otros artistas de diferentes nacionalidades, épocas y estilos, se vieron llamados por el encanto y el embrujo flamenco, Picasso, Sorolla, Julio Romero, Dalí, Fernando Botero, Manet, Matisse, Renoir… la pintura y la ilustración han sido claves para conocer cómo ha evolucionado el flamenco a través del tiempo, los instrumentos utilizados, las formas de bailar y sus vestimentas.

Se cumplen cincuenta años de la muerte de Pablo Ruiz Picasso (Málaga  1881, Mougins 1973), uno de los artistas con más trazas de llevarse el título de flamenco, en vida y obra, por su cercanía con ellos y por su afinidad a mostrar en sus obras un símbolo tan arraigado como es la sonanta, guitarra o bajañi, elijan ustedes el nombre.

Amigos cercanos al pintor malagueño como Rafael Alberti y el pintor granadino Manuel Ángeles Ortiz hacían mención a la afición al cante flamenco de Pablo Picasso. En sus momentos de inspiración espontánea llegó a canturrear, no haciéndolo del todo mal, según los presentes “Adiós patio de la cárcel / rincón de la barbería / que al que no tiene dinero / lo afeitan con agua fría”,  con esta letra del buen Piyayo describió la pincelada flamenca del momento, dejando ver que una infancia pasada en Málaga no puede pasar desapercibida del ambiente flamenco que en esa época se vivía, con sus catorce cafés cantantes que daban lo mejor y lo peor, en sus pulidos tablaos. Siendo su padre un asiduo visitante de ellos, y estando en su esplendor El Café de Chinitas, no es de extrañar su afición y sus posteriores recuerdos hacia esos momentos vividos en la plaza de la Merced y sus escarceos por el cercano barrio de Chupa y Tira, barriada cuajada de chinorris como él, pero con tintes de bronce, de los que debió de aprender todas las chiquilladas propias de sus ingeniosas barrabasadas, como fumar por la nariz y por supuesto verse envuelto en momentos de ese primer compás, germen de la afición y en parte de sus recuerdos hechos pintura ya en su mundo de constante creación.

Es difícil mantener al margen ese contacto que el flamenco inocula al que lo ha vivido de cerca, podemos ver la atracción que Picasso siente por un objeto emblemático y tan pictórico como es la guitarra. En 1903 alumbró la que fue su primera obra con la sonanta como marca de su afición por el flamenco, El viejo guitarrista ciego, donde la mendicidad, la soledad, la tristeza, además de la ceguera, se unen en un sentimiento de pertenencia y sentido de esperanza hacia la guitarra, ella es el alivio. En el periodo azul, en el que se creó esta obra, Pablo Picasso sintió en sus carnes la pobreza y la incertidumbre, compartiéndola en cierta  manera con los vividos por los flamencos de pura cepa, con los errantes flamencos.

La guitarra está presente en casi todas sus etapas pictóricas, tan sólo hay un periodo en el que Pablo Ruiz no plasma guitarras sobre sus lienzos, con el inicio de la contienda española al final de la Segunda Guerra Mundial. Se ha llegado a dar una cifra de unas ochocientas sonantas plasmadas en su obra y tendríamos que destacar las que le sirvieron para experimentar con la forma de germinar el cubismo en su pintura, esculturas y collage, una amplia muestra se pudo ver en “Picasso, guitarras”, en el MOMA, de New York, en febrero del 2011. Sesenta y dos años después, en 1965, Picasso firmó la que fue su última obra con guitarra, El Guitarrista.

Es conocida su amistad con Ricardo Ballardo,“Manitas de Plata”, guitarrista afincado en Francia, al que conoció en la romería gitana de Saint Marie de la Mer,  y con el que coincidió en diversas fiestas flamencas. Pablo Picasso decía que Ballardo era de mucho más valía que él mismo y manifestaba públicamente su admiración. Inspiración y respeto mutuo en las imágenes que plasmaron a ambos amigos.

Sorolla, la luz prendida en el baile

Otro de los grandes pintores prendidos por el arte del baile flamenco y también en plena celebración de su onomástica es Joaquín Sorolla, ahora que se cumplen cien años de su muerte (Valencia 1863, Cercedilla 1923). El pintor levantino mostró su admiración por la mujer flamenca y el revuelo colorista que desprende el baile, dotando sus cuadros de un colorido y dinamismo llenos de vida. En su obra “Baile en el café del Novedades” Sorolla retrata a la artista Pastora Imperio bailando en este famoso tablao de Sevilla, y la bailaora obsequió al artista con una de sus fotografías y de la que posiblemente fuera su modelo para realizar el cuadro. En 1911 Sorolla firma un contrato con  Spanish Society of New York  por el que se compromete a hacer una gran decoración sobre las provincias de España, el pintor se enfrenta a un proyecto mural de proporciones gigantescas  “El Baile, La Cruz de Mayo”  fue el último panel con el cual finalizo su visión de España. En este proyecto, Sorolla dota al cuadro de un movimiento extraordinario, en el que podemos apreciar como las dos bailaoras se disponen a realizar lo que en el baile se denomina “Vuelta Quebrada”. Si un pintor como Picasso mostró a la guitarra como emblema de su visión flamenca, Sorolla volcó su atención en la mujer y el movimiento, el color y el entorno en donde se daba cita el baile, sintiendo la fascinación de la atmosfera andaluza, de Sevilla, la música y el baile flamenco.

Otro de los temas recurrentes en la pintura de Sorolla es el de la mujer gitana, resaltando las costumbres y su arte en el flamenco, la candidez, la belleza y el carácter de estas mujeres.

Estos cuadros los recrea el artista a lo largo de toda su obra pictórica, desde fechas muy tempranas como «Gitana», 1884, hasta el final de su carrera. Sorolla los presentó a sus exposiciones y se vendieron muy bien, por lo que muchos se encuentran en el extranjero, como, por ejemplo, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba o en el Getty

Especialmente brillantes son los realizados durante su estancia en Sevilla en 1914, de entre los que destacan «María la guapa» y «Joaquina la gitana».

Con esta pequeña pincelada, queremos dejar nuestro recuerdo y admiración por estos dos artistas de la pintura y su aportación a engrandecer, más si cabe, otro arte como es el flamenco. No nos olvidamos de otros pintores importantes e imprescindibles que dieron brillo y esplendor con su jonda mirada al entorno flamenco, les llegará su momento en estas páginas, mientras, gocemos con las celebraciones y homenajes que se realizarán durante este presente año en los museos y exposiciones previstas con motivo de ambos aniversarios, cincuenta y cien años de su ausencia, pero inmortal existencia a través de su obra.

 

 

 

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