La Escuela Chica es el nombre con el que estos estudiantes del flamenco han bautizado su lugar de pasión, en donde su amor por este arte y por España, se transforma cada sábado en un tabanco seco en pleno centro de Teherán. Por Juan José Leonor. En la foto, Aida Aboulghasemian cantando por marianas.
Suenan las guitarras, en medio círculo se sientan en esta ocasión cinco tocaores, una bella cantaora, Aída, algo intimidada por nuestra presencia y el maestro Rahin Yafari, artífice de estos encuentros en los que se dan cita hasta veinticinco alumnos, algo extraordinario si hablamos de un país como Irán, en el que desde la Revolución Islámica del año 1979 no se permite a la mujer cantar y bailar en público, entre otros vetos impuestos para desgracia de un público deseoso de abrir sus sentidos hacia nuevas tendencias artísticas.
La Escuela Chica, situada en pleno centro de la ciudad, si es que esta caótica urbe tiene centro, guarda el compás que en Jerez desborda y que Rahin Yafari se trajo de su estancia de diez años en España. Él es el maestro y a quien se le ocurrió fomentar el arte del toque entre los veinticinco alumnos que acuden a sus clases. Rahin compartió andanzas con José de la Tomasa, Enrique Soto o El Lebrijano. Le caló hondo la sonanta y de nuevo en su tierra no pudo ni quiso dejar que esta experiencia se desvaneciera
Antonio Rey es asiduo, cuando puede, de La Escuela Chica, así como Diego del Morao, que también llenó de asombro a sus alumnos más avanzados, como a Puria Nikpana, apodado “Pepe”, el más veterano -a sus 33 años-, de la escuela, que comenzó con la guitarra a los 17.
El cante surge de la mano de Aida que, arropada en su velo negro, desgrana una Mariana, con dulzura oriental. También es bailaora, pero los inconvenientes sociales hacen que ejerza en la intimidad.
El cantaor con más “aje” de la escuela es Muhammad Mikaeilzadeh, de nombre artístico “Micael”, comenzó con el “qanun” (instrumento de cuerda iraní) hasta que a sus oídos llegó el flamenco. Escuchar a Camarón y a Paco de Lucía le cambió la vida, también toca la guitarra pero el cante se alojó en su alma y desde entonces piensa y siente flamenco, habla flamenco. Pone voz y pasión, su mayor inquietud es venirse a España, conocer de cerca y poder aprender de primera mano lo que tanto le ha calado el alma.
Y así, como pasan estas cosas cuando viajas, nos vemos en un pequeño coche, metidos seis personas –con los nuevos amigos de la escuela- por las enormes avenidas de Teherán, cantando a voz en grito los cantes de Camarón, con la locura que el flamenco provoca y que nos gusta saborear…
La escuela Chica de Teherán ha sido un sorprendente y muy agradable encuentro con el flamenco en Irán. Con un grupo de buenos y discretos aficionados que desde Oriente Medio trabajan, disfrutan, viven y difunden el flamenco con mucha ilusión y entrega.