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el rey que soñaba el cante

La poesía popular en el cante flamenco

En la historia del flamenco pocos intelectuales han contribuido más al conocimiento y divulgación del arte y poesía popular de los cantes del flamenco que Antonio Machado Álvarez, «Demófilo», escritor, antropólogo y folclorista, que durante años viajó y recogió de las fuentes orales, de los cantes de las gentes, esta tradición de la poesía popular que hoy perdura y es un patrimonio de poesía oral y popular. Foto Manuel Agujetas, por Paco Barroso

Demófilo publicó su Colección de cantes flamencos, por vez primera en Sevilla en 1881, y supuso ya en la época un hito en la historia del estudio del cante, siendo la primera aproximación rigurosamente antropológica a la materia. La recopilación de  poesías y coplas del flamenco: “Tienen estos autores por profesión la de vivir: viven en su casa y de lo que comen, como cualquiera; y en punto al alma, la tienen en su «almario».

La obra trata el origen de los diferentes cantes, recopilando letras de soleares de tres y cuatro versos, seguiriyas gitanas, polos, cañas, martinetes, tonás, livianas, deblas y peteneras. Demófilo fue asesorado durante el desarrollo de éste, su trabajo más conocido, por los celebérrimos cantaores Juanelo de Jerez y Franconetti. La obra de Machado es la base sobre la que se construye buena parte de la bibliografía flamenca y una fuente imprescindible de estudio.

SOLEARES

Er queré quita er sentío:

lo igo por esperiensia,

porque a mí ma suseío.

 

Anda y no presumas tanto,

que otras mejores que tú

se quean pa bestí santos.

 

Dises que me quieres mucho;

puesto que tanto me quieres,

no me des tantos disgustos.

Cuando ebajito er puente

acuérdate que esías:

«Espera, que biene gente.»

 

A los árboles blandeo,

a un toro brabo lo amanso,

y a ti, flamenca, no pueo.

 

¡Ay, probe corasón mío!

Por más gorpes que resibe

nunca se da por bensío.

 

Chiquiyo, no me la mientes;

que como la quiero tanto,

fatigas me dan de muerte.

 

Por dinero no lo jagas;

yébame a una jerrería

y échame un jierro en la cara.

 

No bayas a la Vitoria,

no sarga un santo y te quite

mi queré e la memoria.

 

Esa flamenquiya perra

me tiene comprometío,

que quiere que yo la quiera.

 

Der sielo vengan fatigas;

yo por la caye no yoro,

porque la gente no diga.

 

Chiquiya, bente conmigo,

que no te fartará náa…

para andar encueros bibos.

Dises que no me puées be:

la cara t’amariyea

de la fuersa der queré.

 

Quiéreme como te quiero;

luego me berás morí

como Cristo en er maero.

 

Abujitas y arfileres

le clabaran a mi nobia

cuando la yamo y no biene.

 

A mí se me da mu poco

que er pájaro en la lamea

se múe de un árbo a otro.

 

Deja que la gente diga;

en queriéndonos los dos,

pase la gente fatiga.

 

¿Amariya y con ojeras?…

No le preguntes qué tiene;

que está queriendo e beras.

 

Cuando yo me esté muriendo,

arrímate tú a mi cama,

que siempre t’estoy queriendo.

 

Bien sabes que te he querío,

pero me ha dicho mi mare

que bergüensa no he tenío.

 

Buenos consejos te di,

no los quisiste tomá,

quéjate a tu mar bibí.

 

Arrímate a mi queré,

como las salamanquesas

s’arriman a la paré.

Cuando te bi en la cama,

a mi corasón de ducas

se le cayeron las alas.

Anda y no presumas más:

Si t’has e tirá ar poso,

¿pa qué miras er brocá?

 

Corre a la ilesia y confiesa:

que tú tiene en este mundo

mir cositas malas jechas.

 

Compañera, si me muero,

la casiya e los locos

ha e sé tu paraero.

 

Anda a un rico que te dé;

y si el rico no te da,

ben acá, yo te daré.

 

De pena me estoy muriendo,

al ber que en el mundo bibes

y ya para mí t’has muerto.

Cuando yo te quise a ti,

se cuajaron los rosales

e rosa e pitiminí.

 

Anda vete a la lamea,

que e noche pasa tóo;

jasta la farsa monea.

 

¡A mí te quiés compará,

siendo de tóos los metales

y yo de un solo metá?…

 

Al hombre que está queriendo,

jasta e noche en la cama

er queré le quita er sueño.

 

Anda, que ya no te quiero;

que de tu bía y milagros

malos informes me dieron.

¿Dónde m’arrimaré yo,

si no hay un pecho er mundo

que quiera darme caló?

 

Dios mío, ¿que será esto?

Sin frío ni calentura,

yo me estoy cayendo muerto.

 

Cuando más yo te quería,

me presisó el orbiarte,

porque si no me moría.

 

“Cantes Flamencos”: los poetas anónimos

Demófilo declaraba en el prólogo que “este libro ofrece una gallarda muestra de las condiciones artísticas del gran poeta anónimo”.

Pero ¿quién es el autor de estas preciosas coplas, que es lo que interesa?: “El autor de estas coplas es Don X., a quien, para no pasar plaza de ignorantes, hemos convenido en llamar «Pueblo», como pudiéramos haberle puesto, por ejemplo, «Perico el de los Palotes». Mas Perico el de los Palotes, me objetaréis, no puede haber compuesto tantísima copla; la vida de un hombre no alcanza para tanto.

… Al decir autor, no quiero decir precisamente autor, sino autores, porque, como habréis sagazmente adivinado, todas las coplas de esta colección no son hijas de un mismo padre, sino de muchos, a los cuales, para satisfacer vuestro tenaz y, en mi opinión, un si es no es pueril empeño de darles un nombre…

“Tienen estos autores por profesión la de vivir: viven en su casa y de lo que comen, como cualquiera; y en punto al alma, la tienen en su «almario».

… Entre estos autores, anónimos en fuerza de llamarse como se llama todo el mundo, hay autores y autoras, y toman parte ciertamente no menos Menganitas que Fulanitos, esto es, «hombrecillos», que «personas imaginarias», si son exactas las etimologías alemana y arábiga que a las palabras «Fulano» y «Mengano» atribuye la última edición del «Diccionario de la Lengua».

… Las coplas populares no están hechas para «venderse», ni aun para «escribirse… El pueblo en sus Coplas jamás finge ni miente (exagerar no es mentir, porque es una modalidad de la fantasía)»:

Tu mare forforiyera,

y tu pare esquilaperros,

¡vaya una gente fulera!

«… Poseen también las coplas populares, cuyas notas distintivas no cabe enumerar aquí una condición de gran precio, a saber: que el molde de ellas es tan amplio, vago e indeterminado, que basta la más leve modificación de un relativo, de un tiempo, de un nombre, de un artículo, muchas veces de una sola letra, para hacerlas adaptables a los casos y cosas más diferentes, habiendo algunas de tan natural y al mismo tiempo delicado artificio, que pueden pasar a expresar, con breves modificaciones, los más contrarios afectos y situaciones del ánimo.

… Pues bien: esta indeterminación de las coplas populares, y el prestarse, por tanto, a diversos comentarios, lejos de ser un defecto de tales producciones, es una condición que las abrillanta, y los poetas eruditos, en mi opinión, no perderían el tiempo en estudiarlas como gérmenes de poesías más complejas, si la misión del poeta culto es, como creo, no la de censurar, ni aun la de imitar, sino la de enaltecer las producciones de la muchedumbre.

… y que, si los poetas eruditos hacen coplas «completamente iguales» a las del pueblo, esto sólo puede indicar que también ellos son «del pueblo», sin otra diferencia que la de la cola o el apellido.

Por lo demás, muchas de las coplas que tenéis a la vista, no se han elegido tanto por sus condiciones de belleza como por su carácter «flamenco», cualidad tan difícil de definir como fácil de apreciar por los inteligentes que comprenden todo el alcance del estribillo de la copla de «Panaeros», que dice:

Pa tené grasia

sa menesté reuní

muchas sircunstansias;

circunstancia que, por desdicha, no reúne el prologuista de esta colección, destinada sólo a proporcionar un buen rato a los aficionados al género, y, cuando más, un motivo de pensamiento a los aficionados al estudio de la Literatura popular, hoy tan en boga en todos los pueblos cultos.”

ANTONIO MACHADO Y ÁLVAREZ

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