Se acercaba la Semana Santa y Triana era una explosión de vida y respiración, saetas y sevillanas en cada esquina y en cada plaza. Después de un largo y húmedo invierno el sol brillante de abril anunciaba con fuerza un nuevo renacer, y las casas y ventanas se abrían de par en par para recibir las celebraciones de nuestro hermoso barrio. Por Antonio Canales, bailaor y coreógrafo. Foto @BeatrixMexiMolnar
Las volutas de los árboles y las flores flotaban ingrávidas por las aceras, y se colaban fugitivas en los balcones y zaguanes hasta caer a plomo sobre los altares de las iglesias sumidas en la penumbra y el ardor primaveral. Con la luz del medio día, en el mercado de abastos miles de pequeños insectos patrullaban sin cesar, creando una fina neblina sofocante, que devolvía a las personas los picores antiguos y les hacía hervir la sangre en sus venas.
Pues tal día como hoy, hace muchos lustros, amaneció una mañana mi hermana Rocío con la cara hinchada como una papa. Mi madre nos preparaba unas tostas con aceite, y recuerdo que nos preguntaba si las queríamos con sal o azúcar. Yo, cuando amanecía con mucha hambre; que era casi siempre, me gustaban más con sal gorda, la fina no la conocíamos, pero mi Rocío era muy golosa y siempre las quería con azúcar. Estaba claro que aquella mañana mi hermana no las iba a comer ni con sal, ni con azúcar. Cuando apareció al borde de nuestro sofá-cama, Moma Pastora dio un grito, ya que yo estaba abrazado consolando a la enferma, ajeno completamente al contagio ni a lo que tenía en su mandíbula. Me apartó de un sopetón y agarró a mi hermana con mucha ternura y la abrazó contra su pecho. Sacó de sus tetas un pañuelo y se lo ató en lo alto de la cabecita pasándoselo antes por la barbilla. Aquello me hizo mucha gracia, aunque el momento no la tenía.
Comenzó a susurrar una letanía a media voz y entonó una nana flamenca sentida y quebrada. Yo atónito en el sofá, acabé sumido en el sueño más profundo.
Cuando desperté de aquel embrujo, mi hermana Rocío estaba jugando a mi lado con su cara perfecta. Y mi madre limpiaba de chinos y tierra las lentejas.
El flamenco fue la pomada más divina que nos dejaron como herencia…