Se va sintiendo el latido de un gigante que se acerca, flamenco grande, flamenco que se derrama en una copa de plata, Sevilla. Lugar de míticas escenas flamencas, plazuelas y naranjales, olores que llevan consigo caracoles y menta, el recuerdo flamenco de la Alameda. Sevilla nos llama… Por Juan José Leonor.
Todo está a punto para celebrar lo que debiera de ser el encuentro flamenco más importante del mundo. Ya los críticos, si queda alguno que no se desangre, afilan los cuchillos para desmembrar lo que será o no será un futuro jondo. De aquí nacerá o bien perecerá lo que la imaginación traiga a los ruedos flamencos.
No todo el mundo, por lo que se puede apreciar, está conforme con la programación elegida para la ocasión, natural en un arte en los que la afición es disconforme y es de Ley que así sea, porque no todo lo que el compás flamenco nos trae en estos tiempos merece catalogarse como tal. Al pan, pan y al flamenco, flamenco.
Con la marca reciente de incorporadas ofertas sonoras y con las sanas ansias de abrir el flamenco a una multitud de consumidores de ocio poético, con su sensibilidad y la cartera bien cuajada de buenas intenciones, se destapa un tarro de esencias que siempre ha conservado una minoría, una reunión de buscadores de sensaciones, de dejarse parte de lo que uno es en la desolación que llevamos dentro, incluso en la fiesta flamenca si no compartes algo con lo que ensalzarla, es como el que va al carnaval sin disfrazar, un visitante en el país del nunca jamás.
Así que el espectáculo comienza, los elegidos para dar forma a La Bienal sentirán la responsabilidad de hacer más grande al flamenco que nos ha tocado vivir, como pulcros gladiadores serán testigos de quien se acerca a esta cultura lejana y quien se aleja de esta cercana verbena. Así, se la puede llamar a La Bienal una celebración, reunión de aficionados, como una vendimia de racimos aflamencados, cosecha de futuros vinos que pueden deleitarnos o bien aliñar estos dos siguientes años. En cualquier caso, llegarse a Sevilla siempre es una maravilla. Para allá vamos, ole!