Entre los cantaores almerienses precursores en la paulatina configuración de los llamados «cantes de Almería» destacan en el siglo XIX El Cabogatero, Pedro el Morato, Pepe el Marmolista y Francisco Giménez Bemonte, El Ciego de la Playa. Por Norberto Torres Cortés, Doctor docente del Máster interuniversitario “Investigación y análisis del flamenco”, Universidad de Cádiz. Foto: El puerto, por Juan Grima (1913)
En su biografía «Vida y Cante de Don Antonio Chacón» (Cinterco, Madrid, 1987), José Blas Vega señaló ya la importancia del Ciego de la Playa como transmisor de los cantes de Almería al maestro jerezano: » A los pocos años, por el 1891, cuando estuvo en Almería y descubrió al Ciego de la Playa, vio en los cantes de éste la base del cante del Canario». Hace referencia el autor a una de las malagueñas de Chacón, cuya letra dice: «Corte/ ¡Viva Madrid que es la corte!/ ¡y viva Málaga la bella!/ y para puerto bonito, ay/ Barcelona y Cartagena/ ¡Ay! ¡ Viva Madrid que es la Corte!»
Dos años más tarde, el profesor universitario de Sevilla José Luis Navarro García, especialista en los cantes de Levante, publica la primera monografía sobre los cantes mineros y señala entre otras cosas sobre El Ciego de la Playa: » Otro de los nombres míticos de la primitiva taranta almeriense es Frasquito Segura, El Ciego de la Playa. Frasquito nació allá por el 1840. En su garganta el fandango verdial se tiñó de aires y tonalidades nuevas, aires mineros y tonos levantinos. El Ciego de la Playa fue uno de esos aficionados, mitad poeta popular y mitad mendigo, que sin salir de las tabernas y aguaduchos frecuentados por mineros supo conservar y transmitir esos cantes que él mismo había contribuido a desarrollar (…) Frasquito Segura murió, ya bien entrado nuestro siglo, como había vivido: mendicando con su guitarra por las calles de Almería y malvendiendo sus cantes por unas cuantas monedas» (Cantes de las Minas, La Posada, Córdoba, 1989).
Pero será (¡por fin alguien de Almería!) Antonio Sevillano Miralles, quien investigó en los archivos almerienses, el autor que aportará los datos más aproximativos sobre esta figura enigmática de la picaresca flamenca almeriense. Lo hará en su monografía «Almería por Tarantas. Cafés Cantantes y Artistas de la Tierra» (Instituto de Estudios Almerienses, Almería, 1996). Resumiendo los datos que aporta, diremos que se llamó Francisco Giménez Belmonte, nació en 1864, mayor de tres hermanos, criándose y viviendo en su juventud en la calle Pescadores del barrio de las Almadrabillas, antiguamente de las Maravillas o de la Playa, de allí su apodo. Luego residiría hasta su muerte en la plaza del Lugarico nº 20. Falleció en Almería el 7 de agosto de 1925. Por lo visto perdió la vista siendo joven. Fue cantaor, guitarrista y trovero. Hay coplas que se le atribuyen, popularizadas por Don Antonio Chacón, la que hemos citado antes, y ésta otra que dice: «Le van a poner un faro/ al Castillo de San Telmo/ le van a poner faro/ y un cañón de artillería/ pá que se sienta el disparo/ en tó el Reino de Almería». Otra letra que se le atribuye es la siguiente, que grabó Juan Breva en 1910 y luego la Niña de los Peines: «Un céntimo le di a un ciego/ y me bendijo mi madre…/ que limosna tan chiquita/ pá recompensa tan grande».
El Ciego de la Playa, transmisor de los cantes de Almería
Cuando conocemos la aportación imprescindible y definitiva del cantaor jerezano Antonio Chacón en los cantes de Andalucía Oriental (malagueñas, granaína y media, mineras, cartageneras, tarantas), podemos calibrar en su justa medida toda la importancia que tuvo el Ciego de la Playa. Ejemplo de transmisión de cultura ágrafa, Antonio Chacón, acompañado por los “armonizadores” Miguel Borrull y luego Ramón Montoya, actuó como recolector de músicas tradicionales. A diferencia de los folcloristas (futuros etnólogos musicales) de la época que escribieron cancioneros populares, el archivo de Chacón fue su propia memoria y la capacidad y sensibilidad musical que tenía para valorar y captar los matices locales de cada cante recopilado. Sin Chacón y su afición apasionada por escuchar a los valores locales, gran parte de las músicas flamencas de Andalucía Oriental se hubieran probablemente perdidas, y sin El Ciego de la Playa parte de este repertorio quizás no habría llegado a los oídos del maestro jerezano. Ellos dos constituyen un claro ejemplo de eslabones de cultura ágrafa, un claro ejemplo de las herramientas que el ingenio de los hombres y mujeres desprovistos de instrucción académica pueden elaborar y utilizar para dibujar sus propios rasgos como personas, es decir seres capaces de generar cultura. El flamenco está lleno de casos parecidos que inciden en la dimensión humana, por consiguiente en el humanismo que siempre ha motivado a los «artistas del pueblo» que fueron y son los artistas de este peculiar género musical. Chacón buscaba fuentes locales “incontaminadas” de lo tradicional, para incorporarlo en lo nuevo, renovar la tradición desde la modernidad de las vanguardias, del progreso, a finales del siglo XIX y principio del XX, sobre todo con sus “malagueñas nuevas”. El Ciego de la Playa será su principal referente en una de las partes orientales de Andalucía, la de Almería. En los testimonios que han quedado en la tradición oral y escrita, no hay otros que no sean la exaltación del Ciego de la Playa por parte de Chacón. Ya lo contó un testigo excepcional en sus memorias Recuerdos y confesiones del cantaor Rafael Pareja de Triana (Ediciones La Posada, colección Demófilo, Córdoba, 2001). Se trata del testimonio de Rafael Pareja, nacido en Triana en 1877, cantaor, letrista y maestro de cante, amigo fiel, compañero y admirador de Chacón, maestro nada menos que de Pepe Marchena, escrito en 1951:
En los cuatro años que duró mi contrato en el Café El Burrero, verdadera Universidad del cante jondo, puede decirse que obtuve mi doctorado, ya que era cátedra abierta a los más famoso de la época. Por su tablado, y durante este periodo, desfiló don Antonio Chacón seis veces, con sus geniales «jerezanas», que no eran otro cante, sino las conocidas malagueñas «arregladas» por su portentosa sabiduría. También había copiado del Marrurro (muerto violentamente en la Plaza de Toros de Algeciras, sin que fuera encontrado su asesino), del famoso Enrique «El Mellizo» de Cádiz y de un ciego de Almería de quien era esta letrilla, dicha con insuperable estilo:
El día que me embarqué
en el muelle de Almería,
más lágrima derramé
que agua lleva su bahía,
por causa de un buen querer».
(El subrayado es nuestro).
El mejor cantaor de la época, el divo del cante andaluz, se fijó en un ciego más o menos pordiosero que mendigaba sus trovos y coplillas por cuatro monedas a la salida de las iglesias. Se puede decir que el músico y compositor de melodías andaluzas Antonio Chacón escuchó en la voz del Ciego de la Playa y en sus entonaciones almerienses (“El sistema de Almería” como lo llamó el también cantaor, guitarrista y escritor Fernando de Triana en su famosa publicación de 1935) el patrimonio intangible, inmaterial, que atesoraba. Transmisión de cultura, de cultismos populares en definitiva, desde la tradición oral de saber escuchar, escucharse uno a otro, memorizar y recrear con personalidad que caracteriza al flamenco. Por consiguiente, sin el Ciego de la Playa, posiblemente este patrimonio se hubiera perdido y no estaríamos escribiendo en este momento, o quizás de otra forma, sobre los cantes de Almería.