Interesante artículo de Clara Inés Galindo, de la Universidad Nacional de Colombia. Cómo ven fuera de España la polémica campaña del Ayuntamiento de Valencia sobre los tópicos sobre España entre ellos , la siesta, las tapas… y el flamenco.
«Despertar a la historia significa adquirir
conciencia de nuestra singularidad,
momento de reposo reflexivo antes de
entregarnos al hacer.» (Octavio Paz. El laberinto de la soledad.)
Artículo de Clara Inés Galindo Huertas. Profesional colombiana, especializada en Estudios Literarios. Universidad Nacional de Colombia.
FLAMENCO, se lee con letras grandes y en mayúscula, tachado. Debajo: “Es hora de cambiar los tópicos sobre España”. Así aparecía un aviso publicitario en diferentes lugares de la ciudad de Valencia, como parte de una campaña emitida por la Fundación Rey Jaume I con motivo de sus premios de ciencia y emprendimiento que tuvieron lugar durante el mes de noviembre de este año, pocos días antes de que se conmemorara el día internacional del flamenco. La campaña trabaja la idea de cambiar los tópicos sobre España para que sea identificada por sus avances científicos y no por manifestaciones culturales como la paella, la siesta, los toros, las tapas o… sí, el flamenco. La reacción general de parte de artistas y aficionados a este arte (en España y en el resto del mundo) ha sido el rechazo, y se ha hecho manifiesta su necesidad de salir a defenderlo. Ahora, aunque estoy absolutamente convencida de que el flamenco merece ser defendido y reivindicado, considero necesario ir un poco más allá del mero rechazo a la campaña para tratar de comprender sus implicaciones más profundas, que involucran problemáticas como la cuestión de la identidad nacional y la concepción del flamenco como cultura tradicional popular española.
Del hecho que refiero en el párrafo anterior me parece importante destacar dos asuntos que dan cuenta de dos perspectivas desde donde se vive el problema del flamenco como un tópico: el primero, el que haya quienes creen necesario cambiar los tópicos sobre España; el segundo, el que haya quienes nieguen rotundamente que el flamenco es uno de ellos.
En lo que a mí respecta, el flamenco sí es un tópico sobre España. Quienes se niegan a verlo corren el riesgo de llegar a pensar equivocadamente que todos aquellos que no se sienten identificados con él, no sienten interés por él o quieren llamar la atención sobre otros aspectos de la cultura están en su contra*. Pero asumir esta posición solo lleva a impedir que el tópico pueda ser superado. Ahora bien, cambiar los tópicos sobre España, como pretende la campaña, solo contribuiría a perpetuar el desconocimiento de los problemas históricos que han llevado a construirlos.
*[Una muestra clara es la respuesta que ha dado en redes el cantaor José Manuel Soto: “Los del Ajuntament de Valencia creen que el Flamenco es un tópico español que hay que eliminar del mapa, los pobres no se enteran de nada, el Flamenco es la mayor joya cultural que tenemos, Patrimonio inmaterial de la Humanidad, admirado por artistas y públicos del mundo entero…” (Las negritas son mías)].
Es así que ambas perspectivas ignoran las problemáticas que están de fondo y evitan que el flamenco sea comprendido y valorado por lo que es en realidad. Este desconocimiento es el que ha llevado a entender este arte solo como folklore de una Andalucía que, aún hoy, se sale del discurso nacional oficial y con la cual muchos españoles no se sienten identificados ni quieren hacerlo (no es casualidad que otros de los tópicos que utiliza la campaña se relacionen también con esta región de España, como los toros o las tapas). Este desconocimiento también ha llevado a olvidar que el flamenco es rico porque es diverso, porque se gestó en una tierra donde convergieron moros (conquistados por el imperio español), judíos conversos (exiliados) y gitanos, entre otros; cuyas luchas y dolores perviven hasta hoy en el cante, el baile y el toque de la guitarra, que se enriquecen con las vivencias y sufrimientos del resto de la humanidad. Es comprensible que la campaña de la Fundación Rey Jaume I quiera cambiar el tópico detrás del cual yacen estas penas, pues es más fácil enarbolar la bandera del progreso, la ciencia y el emprendimiento que asumir la responsabilidad histórica que implica el arte.
Despertar a la historia para adquirir conciencia de la singularidad
No es la primera vez que en España se busca desligar el flamenco de la imagen nacional. En la transición del siglo XIX al XX (sí, desde entonces ya era un tópico sobre España), los intelectuales de la Generación del 98 (a excepción de unos pocos, como Manuel y Antonio Machado) rechazaron este arte al asociarlo con lo popular y con la imagen generalizada de “charanga y pandereta” que tenía España en el resto de Europa. Esta imagen fue difundida por los viajeros románticos, quienes centraron su mirada en Andalucía “porque es la región española más diferente de Europa, la más africana, paisajística y culturalmente, por distancia y persistencia del pasado árabe, la más excepcional, la más imprevisible, la más pintoresca […] porque tiene la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba y el Alcázar de Sevilla”, según Francisco Rodríguez Martínez, catedrático de la Universidad de Granada. De manera que el exotismo de la región es lo que lleva a estos viajeros a focalizar la mirada en ella y, como consecuencia, propiciar el que sus manifestaciones culturales se conviertan en tópicos sobre España.
El rechazo de los intelectuales del 98 por cualquier manifestación popular durante el período de crisis de fin de siglo tuvo como respuesta que, así como los hermanos Machado, otra serie de personajes vieran necesario reconocer y rescatar la importancia de la tradición popular y de aquellas manifestaciones culturales que se nutren y evidencian la influencia del folklore sin ser populares (como el flamenco). Entre ellos vale la pena destacar a Federico García Lorca quien, junto con Manuel de Falla, organizó el primer concurso de cante jondo en Granada al “ver en peligro el alma música del pueblo” como fruto de esta estigmatización.
Este tipo de acciones permitieron que se reconociera el valor del arte flamenco, pero contribuyeron, a la vez, a que se le identificara equivocadamente como cultura tradicional popular, particularmente propia de los gitanos. Así, se llega a desconocer su carácter moderno (donde el papel del individuo que se enfrenta a un mundo hostil es fundamental) y, como consecuencia de tal desconocimiento, se le mitifica y tipifica. De este modo, en vez de dar lugar a aquellos que no tienen voz y acuden a este arte para manifestarse, la imagen del flamenco se queda en el costumbrismo.
Otro factor a destacar por el cual el flamenco pervive como un tópico sobre España es el rol que tuvo el franquismo. El régimen, que se caracterizó por infundir miedo y reprimir a todos aquellos que no fueran afines a sus intereses, encontró la manera de usar el tópico para construirse una imagen favorable ante el mundo. Para que conviviera con el mito de la España castiza como imagen nacional impuesta por el discurso oficial, el flamenco es separado de las clases sociales marginales en medio de las cuales se gestó y es puesto al servicio del poder. En los años 50, por ejemplo, “la Sección Femenina, con los repertorios populares interpretados por los coros y danzas, van a hacer que el flamenco se blanquee. El baile flamenco, gitano, desaparece en beneficio de figuras más o menos afines al régimen como Pilar López, Antonio, Rosario o Mariemma”, según explica Cristina Cruces, catedrática de Antropología Social de la Universidad de Sevilla; quien continúa diciendo que, una década más tarde, el flamenco es recibido “en escenarios internacionales, en Alemania, en la URSS, con escenas de aplausos y admiración hacia lo español. El reconocimiento de ese público era un reconocimiento del régimen”.
Con el tiempo, el flamenco empezó a concebirse como un producto mercantil que se ha utilizado como un atractivo turístico apelando a lo exótico y lo popular (como en la época de los viajeros románticos) sin desvincularse de la imagen construida durante el franquismo. Esto ha propiciado la persistencia de dicho arte como tópico.
Después de haber recapitulado un poco, quizá sea más fácil entender porqué el flamenco sigue siendo un tópico sobre España un siglo después de que los intelectuales del 98 pusieran en cuestión su papel como imagen nacional. Todo esto no ha impedido que sea asumido como un estilo de vida por cada vez más personas en todo el mundo ni que hace ocho años haya sido reconocido por la Unesco como patrimonio inmaterial de la humanidad, pero sí ha dificultado el proceso.
Es preciso afirmar que, ante la campaña de la Fundación Rey Jaume I para publicitar sus premios, es natural la reacción ofendida de artistas y aficionados cuyo arte y cultura han sido estigmatizados durante años y, ellos mismos, perseguidos y marginados. Durante el franquismo, al tiempo que se llevaba el flamenco para representar a España ante el mundo entero, se asesinaba y maltrataba a gitanos, moros, rojos y artistas en general que no comulgaban con el régimen. Pero el que la campaña se retire o que la Fundación se retracte no va a lograr que el flamenco sea valorado o comprendido. Por lo tanto, es necesario superar la reacción de mera indignación y adquirir conciencia de la historia para empezar a buscar maneras de superar el tópico. Este es negativo porque propicia que se continúe menospreciando el flamenco y asociándolo con lugares comunes pero, además, porque respalda la idea de que solamente los españoles, particularmente los andaluces, y más específicamente los gitanos, pueden hacer flamenco DE VERDAD. Y aunque es indiscutible que en Andalucía está la fuente, porque allí se gestó y empezó a ser el medio de expresión de diferentes luchas sociales, hay que reconocer que (con respeto, formación y dedicación) el flamenco DE VERDAD lo puede hacer la gente de cualquier lugar del mundo. Sí, de Colombia, Polonia, India, El Congo o el rincón más recóndito que se nos pueda ocurrir.
El Estatuto de la Comunidad Autónoma de Andalucía dice que “Corresponde […] a la Comunidad Autónoma la competencia exclusiva en materia de conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz”. Yo, en cambio, considero que corresponde a la humanidad (a quien quiera y le interese hacerlo) la competencia en materia de conocimiento, conservación, formación, promoción y difusión del flamenco que, como elemento singular del patrimonio cultural andaluz, es patrimonio inmaterial de la humanidad. Para que esto suceda no hace falta cambiar el tópico sobre España, sino comprenderlo. Para que el flamenco sea valorado no hace falta que España entera (ni ningún otro país) se levante proclamando sus maravillas, sino que se comprendan los problemas históricos y las luchas sociales a las que responde y que, además, han permitido su evolución a través del tiempo.