Ver un espectáculo de Farruquito siempre evoca un viaje por el flamenco en busca de esa vida nómada y llena de sensaciones de libertad de las que se nutre el flamenco, el buen flamenco. Juan Manuel Fernández Montoya “Farruquito” se rodea de un clan artístico en el que no cabe la pereza, su fuerza radica en la raza. Texto: Juan José Leonor. Fotografía: Óscar Romero.
Farruquito sabe transmitir la furia artística del momento, de ahí sus golpes constantes en el corazón, invocándole, para que le ofrezca lo mejor en cada entrega, necesita la fuerza de sus ancestros, traer el recuerdo que le marca como a uno de los artistas con más candela flamenca en el panorama actual.
El cante de Mari Vizárraga, Antonio Villar y María Mezcle dieron la cara ante el reto del bailaor sevillano a escudriñar en sus adentros. La garantía de su baile es una apuesta segura para un comienzo de La Bienal, que satisface a un público deseoso de devolver a Sevilla el protagonismo que siempre ha tenido y que adormecido esperaba el momento de mostrarse.
Todos y cada uno de los músicos que hicieron brotar su arte en escena, lo hicieron con flamencura y con la certeza de estar al lado de uno de los grandes, un maestro de ceremonia, generoso, que se sabe bien arropado. Barullo y Polito ofrecieron baile heredado; la flamenca flauta de Juan Parrilla, la percusión de Paco Vega; y bajo y piano de Melchor Santiago completaron ese arrope flamenco imprescindible.
Pitingo y Jorge Pardo acudieron a la cita como invitados, y todos hicieron un final de fiesta de esos memorables, con el más pequeño de la Familia Farruca, que mostró una pincelada, dejando constancia de que la herencia continúa. La sangre manda.