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Festival Cante de las Minas: En recuerdo de un minero

Unas luces en forma de guitarra y de un antiguo castillete iluminan el cielo festivo de la Unión. Por sus calles, como canta una copla, se oye el eco de un minero. Un espíritu que, desubicado y perdido en la oscuridad de una cueva, busca con gran intención la salida. Por Natalia del Buey. Foto Gregorio Moya, Lámpara Minera 2025, durante los concursos del Festival

A su alrededor, en un inicio, no siente nada. Tan solo la humedad que desprenden las paredes profundas de su lugar de trabajo. Pero no pierde la esperanza. No quiere desaparecer, sino encontrarse, acercarse hasta la vida que hay fuera.

De pronto, piensa. Mira al suelo en busca de la ruta más sencilla hasta su objetivo, aunque a veces al encuentro con la luz que rompe la oscuridad no se llega por el camino más fácil. Y se topa con algunas piedras colocadas en forma de adoquines, recordando aquel paseo de la plaza de la localidad minera. Entonces vuelve a sí mismo, a su profesión. Y trae a la memoria la importancia de los compañeros para poder trabajar en la mina, un principio aplicable también a todas aquellas cosas que compartidas saben mejor. Como el flamenco. El espíritu minero va caminando por las baldosas, desempolvándolas de una en una. Descubre así una infinidad de nombres cuya personalidad parece haber sido importante para interpretar y construir el sentido de ese camino. Hay piezas más desgastadas, como las que tienen grabadas los nombres de Enrique Morente o Paco de Lucía, otras que ya parecen impregnadas por el tiempo recorrido, las llamadas Miguel Poveda o Arcángel, y unas últimas que acaban de ser selladas en el sendero, como la de Jesús Carmona.

Poco a poco, el minero avanza, precedido por un eco que se repite en forma de queja a lo lejos. No sale de los nombres marcados, pero parece seguro de que, sin ellos, ese eco no tendría la misma forma. Y casi hipnotizado, sintiendo que ya no camina en soledad, sigue su sonido. El eco entonces se transforma en algo mágico. Resulta incluso que toma vida y como un lucero, enciende la chispa de la lámpara minera. Y de eco pasa a una voz solitaria que ayea llorando. Busca así el bordón necesario para su acompañamiento. La cuerda más fuerte y densa de una guitarra lejana comienza a sonar. El minero se siente guiado por ello. El eco parece ser la música que le acerca hasta la vida. Siente entonces el poder y la fuerza para continuar y se inspira generando con su desgastado cuerpo un gran desplante minero. Todo parece casi completo, pero todavía falta algo. El espíritu que camina por la mina casi ve la salida. Pero antes se encuentra con lo último necesario para escapar: el filón. La piedra que rellena aquello que está fracturado, necesitado de cambios y renovación, como la música que ha construido.

En el fondo, se topa con la luz de la vida. Pero al salir, es de noche. Confundido y todavía escuchando en su cabeza el sonido de aquel eco, busca la lumbre que genera tanto brillo en la oscuridad. Varias guitarras y castilletes son los culpables. También las luces de un escenario que, lleno de historia, se hace notar entre las estrellas. El minero mira hacia arriba. Ante sus ojos, la Catedral del Cante, y dentro, la respuesta a su búsqueda. Miles de artistas van y vienen sobre un escenario que rememora las paredes de la cueva, y todos le recuerdan algo. La magia del eco minero. Hablan de sus minas, de sus historias escondidas entre escombros. Y se sienta, al fondo, a disfrutar.

Premiados e la 64 edición del Festival Cante de las Minas

Sesenta y cuatro años después, vuelve a ser de noche en La Unión, y las guitarras y castilletes iluminan el cielo flamenco. Se dice que aquel sonido nunca ha cesado, que está más vivo que nunca. Y, por las calles infinitas, como dice la copla, aún se puede oír el eco de un minero que busca, sin descanso, la vida a través del arte.

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