El ruedo de La Real Maestranza de Sevilla sintió cómo el polvo de su tranquilo albero tomaba la forma de diminutas nubes en torno a un flamenco domesticado, parcheado el suelo de una sonora parafernalia. Israel Galván, entronado y altivo, fue despojando de silencio cada uno de los tendidos con el compás propio de un hacedor de tormentas, caminando y medio danzando acompañado de su esbelta sombra, por momentos más bailaora que el mismo bailaor, con más arte en su negrura. Por Juan José Leonor. Foto: Óscar Romero (cedida por La Bienal)
Más espectáculo que rito, nos recordó a esas famosas y estudiadas pasarelas de la moda con las que los artistas de la vanidad transformaron su escaparate en algo parecido a lo que vimos. Kiki Morente dio el cante desde uno de los tendidos, entre el público, su bonita voz llegó a parecer que nos quería decir algo, pero el silencio, invitado también en la plaza, fue más emotivo y dejó la puerta abierta a la próxima sorpresa, a la curiosidad preparada para la siguiente andanada de fantasía Galvánica.
En el centro del ruedo, sin estar preparado para matar, se enfrentó a un toro de metálicos bramidos, haciendo que la orquesta que le acompañaba, de bombos y platillos, diera rienda suelta a un estudiado laberinto de truenos y caos taurino, hasta que una voz llegada de unos kilómetros más allá, de Jerez, puso al flamenco una vez más en el coso flamenco. Un Jesús Méndez, como siempre, entregado y con su arte dispuesto a no cantar por cantar, paseó su decir flamenco por esta bonita plaza de la Maestranza, en esta ocasión vestida para impresionar.
Sabemos que el baile flamenco desfoga todas esas furias que llevamos dentro y dar unas pataítas en el burladero amansaron la tensión que Israel tenía contenida, dando el aviso de que algo grande salía a este ruedo de modernas y novedosas propuestas. Bien es verdad que a veces pasé más tiempo descifrando lo que se quería contar que realmente lo que se estaba contando…
De repente, de un lugar de entre las sombras, un carrito de melodiosas penas era arrastrado por el trovador que pregona la cultura que nos alivia de la pena flamenca, de las injusticias de la Marquesa, El Niño de Elche, como bálsamo carnal, con sus dentelladas al aire, nos hizo comprender que estudiando a Eugenio Noel el flamenco se quita una carga de encima que lleva mucho tiempo soportando.
Y así fue la tarde noche en La Bienal hizo su puesta de largo veintena, con final de fiesta que incluyó esa entrañable y jonda alegría que causa Paquito El Chocolatero en nuestra memoria flamenca.
Gracias Israel por esta entrega de nuevas propuestas y por dar al mundo esta perla de lo que tú, flamenco que sientes, nos haces sentir.