Crónica I Gala Flamenco Joven: crónica José Luis Kaele, Reyes Carrasco e Irene Morales. Algo esencial que debe tener un artista para sacar a relucir su talento es la presencia. Un término que parece sencillo de comprender e interpretar, a pesar de su capacidad para traducirse en tantas acepciones como personas lo poseen. Un artista tiene presencia cuando logra construir sobre el vacío de un escenario un espacio libre para crear e imaginar a través de los sentidos algo que va más allá de la propia manifestación artística, exponiendo con ello su personalidad. Por Natalia del Buey. Fotos @PabloLorente
Ayer, una de las salas más emblemáticas de la ciudad de Madrid, ofreció su opacidad para acoger las presencias de los nuevos flamencos; artistas de diversos lugares que, como si se tratara de un escaparate, se valieron del espacio ofrecido para explicar al público los diferentes significados de aquella gran palabra. La oscuridad comenzó rompiéndose por la luz de dos focos que alumbraban a los primeros instrumentos: un piano azabache como voz principal, ya frecuente en los sonidos de la nueva música flamenca, y un enorme bajo que escondía la figura de su intérprete. La presencia, así, se construyó poco a poco sin necesidad de palabras. Posada entre los dedos movidos por un suave movimiento que hipnotizaba con sus armonías a quienes los miraban y escuchaban. Una presencia que se mostraba desde sus comienzos, saliente del nombre de José Luis Kaele, expresando a través de sí misma la capacidad de crear grandeza en lo pequeño, en la sencillez. No faltó en esta presencia la ilusión por compartir, la alegría por estar, la emoción por transmitir.
Tras vivir entre las manos del pianista, la presencia se manifestó en su significado más contrario. Lo sencillo se convirtió en ostentoso, lo delicado en grandilocuente, lo musical en palabras. Mostrándose con gran seguridad ante lo oscuro, el escenario se llenó rápidamente de cuatro nuevos rostros, uno de ellos más brillante, más poderoso, el de la cantaora Reyes Carrasco. Con una fuerza incansable y muy personal, su voz ocupó cada silencio. Con los giros que traían al recuerdo a otras voces ya escuchadas. Con la mirada, el movimiento y el carisma de un tipo de artista que pocas veces se ha visto, pero jamás ha sido olvidado. Su presencia se dejó llevar por los cantes por alegrías, seguiriyas o tangos, perfectamente interpretados para su juventud.
De la garganta fue caminando hasta el cuerpo bailado de la última artista de la noche, Irene Morales. Mecida en el vaivén de sus brazos y con la única compañía de una queja que hacía eco, la presencia se expuso de todas las formas posibles. En el diálogo tal vez contemporáneo de una voz cantada y otra creada con el movimiento. En las figuras de sombras altamente flamencas de una guitarra con la circunferencia de un sombrero. O en la muestra abierta de un cuadro donde canta, baila y toca, todo al mismo tiempo, dejando a su paso el meneo de una cola de claveles que se dejan volar entre los pies de un taconeo. Una presencia creada desde el constante cambio, desde el más continuo movimiento.
Y como ya es tradición, un año más la negrura de los escenarios de Teatros del Canal desaparece para abrir sus puertas a los nuevos artistas de la Suma Flamenca Joven. Un festival que nos demuestra el talento que se esconde a nuestro alrededor. La capacidad de los mejores de llenar la escena de tantas formas, de hacerse presentes y plasmar su nombre, el que llevará en el futuro a cada uno al lugar que le corresponda, hacia su arte.