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Miguel Llobet y Ramón Montoya, el mismo sonido para un nuevo concepto de la guitarra española  

Una de las primeras antologías del flamenco -sino la primera- es sin lugar a dudas esta joya de la música española del siglo XX que grabó Ramón Montoya (Madrid, 1879-1949) en París en 1936, en el sello clásico BMA (La Boite à Musique). Con el título de Arte clásico flamenco, nada menos que seis discos que reunieron en su momento doce toques, a modo de arquitectura de una de las catedrales de la guitarra flamenca de concierto, y por extensión y definición musical, del flamenco. Por Norberto Torres Cortés. Doctor en Ciencias Sociales y Humanas. Guitarrista

 

No son las primeras grabaciones del toque a solo, pero sí las que reúnen, en su afán antológico y proyección de futuro, más de un siglo de composición, interpretación y evolución de los decimonónicos aires nacionales, luego aires andaluces, como constructo del concepto romántico de “música española”, que tanto inspiró a compositores e instrumentistas virtuosos en el ámbito internacional, desde que el alicantino Trinitario (o Trinidad) Huerta (Orihuela, 1800-París, 1874) empezara a puntearlos y rasguearlos en Europa y EEUU, allá por los años veinte del siglo XIX. Con sus grabaciones realizadas en el otoño de 1936, Montoya presentaba concienzuda y artísticamente el legado del instrumento icono de lo español-andaluz, y proyectaba el toque flamenco de concierto en las vanguardias musicales de la época, mientras el fantasma del fascismo iniciaba en España la dirección opuesta, la del regreso al pasado. Compartió en este sentido el mismo espíritu creativo y visión modernizadora de otro concertista de la época, el catalán Miguel Llobet (Barcelona, 1878-1938). Nuestro artículo, a modo de dúo de guitarras, intentará poner en diálogo a ambas figuras de la guitarra española.

 

Miguel Llobet y Ramón Montoya

El impacto de Miguel Llobet sobre Ramón Montoya constituye uno de los temas recurrentes en la historiografía del flamenco. Forma parte de la narrativa construida con datos orales que circulan desde siempre entre la afición, y parecen repetirse de generación en generación, a modo de mito poético. En este caso con testimonios y fuentes sólidas para contrastar, sobre la renovación de la música popular española y su integración en las vanguardias musicales al iniciarse el siglo XX. Aquí un botón de muestras.

El testimonio de Georges Hilaire

Musicólogo e intelectual francés que propició la grabación de la primera antología del cante flamenco, la de Ducretet-Thomson, conocida después como “Antología de Hispavox”, editada en 1954, contenía un libreto (Iniciation flamenca, Edition du Tambourinaire, Paris) escrito por Hilaire, en el que comentaba:

He escuchado, entre las dos guerras, a algunas de las “figuras máximas”, como se dice en España, de la guitarra flamenca, y se puede aún comparar su talento en los discos que escasean cada vez más.

El Habichuela, discípulo de Patiño de Cádiz, era todo chispa, presteza, preciosismo. Miguel Borrull, de Valencia, destacaba por su fogosidad, sobriedad, claridad de ataque y legibilidad del mecanismo. Amalio Cuenca, de Segovia, manifestaba predilección por las combinaciones sonoras y su guitarra vibraba y acariciaba con exactitud. Pero el que reunía todas las cualidades de los demás y, según la opinión de los más viejos aficionados superaba a todos los guitarristas del siglo, era el madrileño Ramón Montoya. (…). Miguel Llobet, que fue el primer guitarrista de concierto, reveló a Montoya los recursos armónicos de la guitarra y del famoso Cañito a quien sucedería después en el café de la Marina de Madrid, aprendió todos los inimitables ritmos andaluces.

La opinión del guitarrista americano Don Pohren

El aficionado y mecenas protector de Diego del Gastor, volvería a plasmar en 1970 (El Arte del Flamenco, Sociedad de Estudios Españoles, Morón de la Frontera) una opinión, la suya, muy parecida a la de Hilaire, comentando el paso de la guitarra de acompañamiento a la de concierto en el flamenco:

Pero un muchacho  que empezó su carrera de guitarrista como acompañante durante el periodo del café cantante en el siglo pasado, revolucionó hasta la médula las técnicas de la guitarra flamenca. Este muchacho, Ramón Montoya, estaba dotado de un genio creador no superado en toda la historia conocida del flamenco. Admiraba mucho el estilo clásico y estaba fuertemente influenciado por los famosos compositores y guitarristas clásicos Tárrega y Llobet. (…). Todo guitarrista flamenco ha sido influenciado, directa o indirectamente, por el genio de Ramón Montoya. Este murió en 1949, maestro indiscutible de la guitarra flamenca.

El testimonio de Rodrigo de Zayas

 Otro testimonio clave es el del musicólogo de origen sevillano Rodrigo de Zayas, hijo de Marius de Zayas, el mecenas amigo y protector de Ramón Montoya, impulsor de las grabaciones parisinas históricas de 1936. En una reedición en vinilo de las grabaciones de Ramón Montoya y Manolo de Huelva (Diapasón, 1989) resumía que:

Lo que iba a ser la prodigiosa técnica de Montoya, fue algo bastante atípico, en el sentido de que la inquietud inusual de Ramón le llevaría por senderos que, hasta entonces nadie había hollado. El Tocaor sevillano Rafael Marín fue quien le enseñó cómo pulsar todas las notas de una escala en lugar de ligarlas como lo hacían “los antiguos”. Este detalle le daba más brillantez al toque y le indujo a Montoya a que se alejase cada vez más de las técnicas un tanto básicas de dichos “antiguos”. Ramón Montoya se estaba creando una técnica propia, sintetizando todo lo que veía con su genio creador. La revelación vino cuando vio tocar al guitarrista más notable de aquella época: Miguel Llobet, cuyas manos producían en su guitarra del almeriense Antonio de Torres, unos sonidos de una desgarradora belleza. Con solo verlo y escucharlo una vez, Montoya supo adaptar esta técnica, derivada de la escuela de Francisco Tárrega.

Una técnica y un sonido para renovar los aires andaluces (“vulgo” flamencos)

 Rodrigo de Zayas refiere indirectamente a un concepto organológico y a un sonido, el de las guitarras de Antonio de Torres Jurado (La Cañada de San Urbano (Almería), 1817-1892). No es una casualidad si el añorado amigo investigador Eusebio Rioja indicó que estos encuentros debieron de producirse en un lugar señalado para los guitarristas residentes o de paso por Madrid: la tertulia de la guitarrería de Manuel Ramírez (hasta 1916), y luego la de Santos Hernández (Madrid, 1874-1943) a partir de 1921, cuando abrió su propio establecimiento, después de haber trabajado para la viuda de Manuel Ramírez (Alhama de Aragón (Zaragoza), 1866-Madrid, 1916). Es bien sabido que Manuel Ramírez fue uno de los principales continuadores del sonido “Torres”, como reconocida su aportación para diferenciar comercialmente dos tipos de guitarra española, una para el estilo punteado, o sea guitarra clásica del ámbito académico, y otra para el estilo “barbero”, o sea guitarra rasgueada del ámbito popular y de su versión culta, el toque flamenco.

El rugir de La Leona de Ramón Montoya

https://datos.bne.es/persona/XX942882.html 

Grabaciones históricas de la Biblioteca Nacional

Un mismo sonido, el de los instrumentos de Antonio de Torres y continuadores, dos conceptos culturales de interpretación con dos modelos de guitarra, la clásica y la flamenca, dos estilos, el punteado y el rasgueado, un repertorio compartido de aires nacionales y aires andaluces, Llobet y Montoya se nos presentan como la tapa y el fondo de una misma guitarra, icono de lo español, clásica y flamenca. Ramón Montoya llamaba “La Leona” a su guitarra fetiche de Santos Hernández de 1916, etiquetada como “Viuda de Manuel Ramírez” cuando trabajaba en el taller de su maestro recien fallecido. Con ello aludía a la famosa “La Leona” de Antonio de Torres, prototipo del nuevo concepto de guitarra española que el guitarrero almeriense construyó en Sevilla en 1856. El instrumento fetiche de Llobet a lo largo de su vida fue precisamente otra guitarra de Antonio de Torres construida en Sevilla en 1859, en pleno desarrollo de su renovado concepto de “guitarra española”, cuyo primer reconocimiento de su valía y valor llegaría con motivo de la Exposición Agrícola, Industrial y Artística de Sevilla de 1858. Miguel Llobet y Ramón Montoya, unidos musicalmente con un mismo sonido, el rugir de dos leonas.

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