El 20 de mayo de 1934 nacía en la Plazuela del gitano y flamenco barrio de San Miguel de Jerez de la Frontera, una niña, Francisca Méndez Garrido en un entorno familiar de pobreza extrema, en un entorno social lleno de carencias, así como de esperanzas depositadas en la II República española. En un entorno nacional, que precisamente en ese año, la República sufrió un autogolpe revolucionario de corte totalitario que la debilitó cuando aún flotaba en el ambiente el golpe antirrepublicano de la Sanjurjada de dos años antes. Sin tiempo para revertir las situaciones de miseria y analfabetismo sobre todo en la España rural, mayor aún en la Andalucía rural. Aún faltaban dos años para el golpe definitivo contra aquella República, lo que acabaría sumiendo a España en un marasmo de esperanzas rotas. Por Teresa Fernández, periodista
En ese entorno, nacer mujer ya era un enorme hándicap y nacer mujer, gitana y pobre significaba de por vida la pobreza, el analfabetismo, el trabajo infantil y la sumisión total al hombre. Un panorama no muy alentador.
Pero siempre ha habido excepciones, unas más conocidas que otras. Y la niña Francisca Méndez resultó ser desde su infancia un ser excepcional, con una vida digna de llevarse al cine, o a una novela, como testimonio de que a pesar de no haber podido liberarse del aislamiento personal y social que supone no saber leer, su gran inteligencia y su voz prodigiosa, supieron transformar el trabajo infantil obligatorio para contribuir al sustento familiar, en arte desde su infancia. Intuyó desde muy pronto, que la única manera de garantizar su libertad para poder crecer personal y profesionalmente, pasaba por no someterse a ningún hombre, mediante el yugo del matrimonio. No tenía más que mirar alrededor para ver el freno o la imposibilidad de ejercer profesionalmente como artista con un marido, por añadidura gitano, de por medio.
La Paquera @CanalAndaluciaFalmenca
Amores sí, en los que ella mandara. Sumisión jamás. Y así aquella Paquerita como cariñosamente la llamaba su abuelo, desde las calles donde empezó a cantar por las escasas monedas que la echasen, creció muy rápidamente, en tiempos que pueden considerarse de récord, gracias al portento de su voz y a su empatía para darse a valer y para que la hicieran valer los que podían hacerlo, reconociendo la excepcionalidad de su arte.
Esto sucedía en aquellos tremendos años cuarenta, en su primera mitad dominados por hambrunas, presos políticos torturados, paseados por las tapias, y hasta hubo un día en que Madrid amaneció cuajado de Svásticas…
Llegó a lo más alto, la Paquera de Jerez como ella registró su nombre artístico, Reina de la Bulería por el público. Apenas cumplida su primera década ya era popular en su tierra, profeta en su tierra, Jerez. Pero había que volar, quería volar alto, sabía que podía hacerlo, porque siempre creyó en sus posibilidades. Aún menor de edad, ya estaba en Madrid, participando en espectáculos teatrales y lo mejor, creando un sello de identidad para su cante.
Aún adolescente, recibe el gran empujón a su carrera de la mano de la bailaora y coreógrafa sevillana Matilde Coral, que la convirtió en estrella de cante en el Festival de Primavera celebrado en los Reales Alcázares de Sevilla y después en gira por Andalucía. Aún sin cumplir los veinte graba su primer disco, de pizarra, por tientos y bulerías.
Corría el año 1953, una década en la que España iba saliendo de las tremendas penurias de una larga postguerra alargada por las consecuencias de una guerra mundial. Una España con exilio interior y exterior, que ya sabía que su última esperanza depositada en la victoria aliada para recuperar su libertad se había esfumado para siempre.
La Paquera, en medio de todo ese desaliento, avanzaba en su carrera de reconocimientos, paso a paso, como el de firmar contrato con Phillips por intercesión de su paisano Luis Carvajal. Varios discos, con los hermanos Morao, Manuel y Juan, acompañándola a la guitarra, Antonio Gallardo como letrista y Nicolás Sánchez Ortega como compositor.
Llegó la era de los tablaos. El Corral de la Morería, que ya nació para mítico gracias a su fundador Manuel de Rey abrió en 1956. Unos meses después, la joven estrella del cante flamenco, Francisca Méndez Garrido, La Paquera de Jerez, se instalaba en él, dónde iba a consagrar definitivamente su voz, definiendo y depurando su estilo y dando noches de gloria a un tablao que nació cuajado de estrellas. Ese mismo año, 1957, grabaría los tientos gitanos Maldigo tus ojos verdes, poema de su fiel Antonio Gallardo Molina. Maldigo tus ojos verdes fue un hit, nacional e internacional.
La Paquera tenía que memorizar las letras de todas sus canciones, recordemos que no sabía leer. Era una época en la que España iba reduciendo la tasa de analfabetismo sobre todo en las ciudades, lentamente, porque aún la enseñanza primaria no era obligatoria. Aún había niños pastores y otros oficios rurales que los alejaban de la escuela. Iba creciendo, eso sí, la concienciación de los padres, reconociendo que la salida de la miseria pasaba por la educación. Aún había muchos niños que para poder estudiar ingresaban en seminarios. Las niñas no tenían ese privilegio.
En 1959 creó su primer espectáculo, España por bulerías. Reina de la bulería, reina de lo jondo, su capacidad tímbrica ponía los vellos de punta. Cantaba por todos los palos como nadie, menos por peteneras, porque traía mal fario, según la superstición gitana. Tan joven, ya era respetada y se enorgullecía de ello.
Una década después Parrilla de Jerez se convirtió en su acompañante de guitarra, una relación que duró más de treinta años. Juntos recorrieron tablaos madrileños y sevillanos, nacientes festivales flamencos y teatros. Ella siguió grabando discos, él también creció como concertista solista. Juntos pero libres, porque con esa mujer, que tantos moldes había roto en su vida, no cabía otra cosa. Así, hasta finales del siglo.
Treinta años, durante los cuales España pudo por fin despedirse de una dramáticamente larga dictadura y saludar de nuevo a la libertad. Me pregunto, porque lo desconozco, que significó en la vida de nuestra artista esa larga transición de algo cuyo desmoronamiento fue lento, porque por la propia dinámica de las cosas, más fuerte que la voluntad de la política, la última década dictatorial fue como un grito que dijese, ¡basta! ¡esto se está acabando!. Como así fue. Quizá un día de estos le pregunte a su sobrino nieto Jesús Méndez, a quién considero un amigo, por esta faceta del pensamiento de La Paquera. Cómo vivió todo eso un espíritu libre como el suyo.
En la última década del siglo pasado estuvo en dos películas de Carlos Saura, de nuevo junto a su antigua mentora Matilde Coral. Cantaora la una, coreógrafa la otra. Sevillanas de 1994. Flamenco de 1995.
Quién hubiera podido decir a la niña Paquerita, que llegaría un día en el que el mismísimo primer ministro japonés, Jun’Ichirô Koizumi fuera a saludarla, le diera un beso y arrancara a llorar de emoción?
De ese viaje a Japón, surgió el documental Por oriente sale el sol, dirigido un año más tarde, en 2003 por Fernando González-Caballos.
Tuvo todos los premios y reconocimientos, el más importante a título póstumo, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2004. Ella se había ido de su ciclo de vida en este mundo el 24 de abril de ese año, aún joven, con los setenta aún no cumplidos.
Las campanas de la ermita de San Telmo doblaron por ella a ritmo caracolero:
Aliole anda y ole
Alió. Viva la madre,
Viva la madre que te parió.
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