El centro de esta crónica son las mujeres flamencas. Pero ellas no forman parte de una isla de marginación rodeada de un mar de libertades. Hablemos pues de mujeres, pioneras, valientes, desde tiempos muy anteriores al flamenco. Así, a bote pronto, insignes monjas que encontraron mayor libertad para ejercer sus talentos y desarrollar su creatividad en los conventos que con eventuales maridos, Teresa de Jesús, Sor Marcela de San Félix, Sor Juana Inés de la Cruz. Las barrocas María de Zayas y Ana Caro de Mallén; y más recientemente, Rosalía de Castro, o María Lejárraga que firmaba sus obras con el apellido de su marido Martínez Sierra. Fuera de España las cosas no eran muy diferentes. Nannerl Mozart, Gerda Taro fotógrafa opacada por el alias de su famosa pareja Robert Capa. Incluso en la teoría de la relatividad tuvo mucho que ver Mileva Einstein. Una muestra reveladora del papel de la mujer hasta bien entrado el siglo XX. Por Teresa Fernández, escritora y periodista. Foto Tía Nica la Piriñaca.
Siempre, en ese mar de marginación, destacaron mujeres que contra viento y marea se hicieron oír. Como la jerezana del barrio de Santiago Tía Anica la Piriñaca, que durante la mayor parte de su vida solo pudo cantar en su patio de vecinos, hasta que con sesenta años enviudó y ahí se propuso salir de su ostracismo, y con el apoyo de Antonio Mairena pudo cantar profesionalmente más de veinte años y dejar grabadas sus personalísimas seguiriyas y la bulerías de Jerez al golpe.
La cantaora gaditana Carmen de la Jara nos habló de Juana Cruz, madre de Camarón de la Isla; de Rosa la Papera madre de la Perla de Cádiz y de María la Sabina, madre de Santiago Donday, con las Bulerías de las tres madres. Camarón ya había cantado con Juana por bulerías, acompañados por la guitarra de Paco Cepero, algo puntual, grabado en directo. Tres ejemplos de los viejos tiempos que podrían haber sido profesionales con los nuevos vientos.
María Terremoto me señaló en la entrevista que le hice en 2017, a su tía María Soleá, opacada por la rotunda presencia de su hermano Terremoto de Jerez; volvió a cantar en público cuando él murió. A Tía Bolola, que cantaba en su choza del campo de Jerez; quedaron dos grabaciones, dos joyas por bulerías, solo acompañada de palmas; a su abuela María Márquez, a quién su marido, el futbolista del Betis, Benítez, no dejó cantar, porque “no hacía falta dinero en casa”. María me decía, “ella se quedó con esa cosita, con la gana de ser artista…” Viejos tiempos, los vientos nuevos soplaron para María Terremoto, imparable en crecimiento de registros y estilo.
Otra jerezana, María Bala, hermana de Manuel Soto, el Sordera, dijo muy claramente que su marido no la dejó cantar, que de haber sido soltera hubiera sido artista. Su descendiente Lela Soto, otra muestra de los vientos nuevos, siempre arropada por su padre, Vicente Soto Sordera, tíos y demás familia.
De los viejos tiempos, entre las que decidieron volar por libre, no casándose, tenemos a mi admiradísima La Paquera de Jerez, con una historia que en otro país ya se habría llevado al cine. Hay que tener mucho carisma y determinación para llegar a lo más alto del cante, incluso del cine, siendo analfabeta.
Las hermanas Bernarda y Fernanda de Utrera, como La Paquera fueron versos libres, vientos nuevos en tiempos viejos.
La joya de las que se impusieron a los viejos tiempos, la Capitana, Carmen Amaya.
Alguna vez los hombres, gitanos o gachés, flamencos o no, tendrían que pedir perdón por el daño que han causado a la mujer. Aún quedan casos sangrantes, como el de Encarnación Fernández, esencia pura de los cantes mineros, dos Lámparas Mineras, marginada por los hombres que le han rodeado, que no le han permitido volar. Dicho por ella en mi entrevista de agosto de 2019.
La lista podría llegar ad infinitum pero ya no me queda espacio.