Desde la Antigüedad, mucho antes de que llegara a existir siquiera el arte flamenco, se relacionaba a las mujeres de las culturas mediterráneas como la nuestra con los instrumentos de cuerda con mástil. Era frecuente encontrar testimonios de la época andalusí que indicaban la presencia de una figura femenina que cantaba y tocaba el laúd, instrumento antecesor a la guitarra, recitando los poemas de la época, las jarchas, escritos en lengua romance para ser contados por la voz de una mujer. Y si sirve como argumento, o por lo menos como dato con cierta curiosidad, estos testimonios poseían una categórica importancia, ya que el árabe, idioma propio de esta cultura, daba origen, además, a la palabra femenina en español «guitarra», derivada de «qīṯārah».Natalia del Buey, periodista @natalia.delbuey. Antonia Jiménez por @erikalansner
No obstante, más adelante, estas apariciones comenzaron a ser cada vez menos frecuentes en el ámbito musical. Tanto así, que la imagen de una mujer tañendo una guitarra se convirtió en un personaje más bien fantástico propio de los populares relatos de viajes de extranjeros a España, que fabulaban la tierra andaluza en la época del Romanticismo. Y con esta misma imagen, en algunos aspectos tomada del flamenco, la mujer, vestida con el tradicional traje de lunares y la peineta en el pelo, y su guitarra, como un complemento más a su atuendo, pasaron a representar numerosos anuncios publicitarios como un icono más del estereotipo español. Olvidando, si es que en algún momento fue conocido, el tantas veces interpretado arte flamenco de las tocaoras.
¿Es, entonces, por ello por lo que en la palabra «guitarra» siendo femenina, no resuenan sus nombres? Es cierto que, en el flamenco, las mujeres artistas que han pasado a la historia han ocupado el espacio de la silla de cantaora o de los tacones de bailaora, alejándose de los más frecuentados por las tocaoras, o realmente, por los tocaores. Son para todos inolvidables el espectacular talento de Pastora Pavón, los numerosos cantes de Bernarda y Fernanda de Utrera, los movimientos característicos de La Argentinita o el poderío de Carmen Amaya. Todas ellas ejemplos de grandes cambios dentro de la historia. Sin embargo, hay pocos que conozcan a aquellas que desde el sonido de sus cuerdas fueron defensoras de la feminidad de la guitarra, y en su mayoría, intérpretes a su vez del cante flamenco.
Comenzando por la conocida época de los cafés cantantes en la que se popularizaron numerosos artistas, resuena, quizás más en el estudio del cante, el nombre de La Serneta. Mujer gitana de Jerez que desarrolló su carrera en Utrera ganándose la vida enseñando a tocar la guitarra, y que dejó consigo el tan conocido estilo por soleá que lleva su nombre.
Dos vírgenes tiene Utrera,
santas de mi devoción,
son Mercedes la Sarneta
y la de Consolación.
Anilla, la de Ronda
Del mismo momento era la malagueña Anilla la Gitana, también cantaora, cuyos cantes se acompañaba ella misma con la guitarra. De tal talento, que incluso convivió y participó con otros grandes de la época en prestigiosas actuaciones, siendo alagada en numerosas ocasiones, como en su reconocimiento en la Semana Santa Andaluza en la Exposición de Barcelona. Junto a estas destacó en Madrid Victoria de Miguel, quien abandonó sus estudios de música clásica para aprender de la mano del gran Ramón Montoya.
En una época más avanzada era frecuente escuchar los rasgueos de Adela Cubas, guitarrista profesional con unos inicios muy relacionados con ser gitana, dado que aprendió a tocar en la cárcel ayudada de un caballero andaluz. Y con una historia muy distinta, y un nombre artístico que bien recordaba a las grandes copleras, debutaba la sevillana Teresita España, conocedora de todas las disciplinas del flamenco que, como tantas otras, utilizaba su guitarra como medio de acompañamiento. Todas ellas, junto a otras como Dolores de la Huerta (1838, Lucena), María Valencia, La Serrana (1863, Jerez), La Cuenca (1857, Málaga), María Aguilera Fernández (1872, Málaga) o Josefa Moreno, La Antequerana (1889, Antequera), abrieron camino a las tocaoras con las que contamos en el panorama flamenco actual.
Antonia Jiménez por @erikalansner
Video de @deflamenco
Con una trayectoria algo distinta a sus predecesoras antiguas, estas nuevas guitarristas destacan por exponer su arte de manera profesional, con comienzos en diferentes escuelas en las que han aprendido de las técnicas musicales de otros. Antonia Jiménez, de guitarra gaditana, estudió en sus inicios con Antonio Villar y continuó junto a Enrique Vargas. Durante su trayectoria, ha convertido su instrumento en el acompañamiento de numerosas bailaoras como Olga Pericet o Belén Maya y cantaoras como Carmen Linares, así como en un espectáculo solista en importantes eventos, como el Festival Flamenco de Nimes en 2020. Destacando junto a ella es conocida Laura González, estudiante del Conservatorio Superior de Música «Rafael Orozco», de Córdoba, así como de la diplomatura en Magisterio especializada en Educación Musical. Los toques de Laura se escuchan con frecuencia en los ambientes de las peñas, como en la que pertenece, la Peña Flamenca «El Mirabrás», así como en distintos certámenes de guitarra. Podemos nombrar, además, a Marta Robles como representación de las tocaoras en grupos flamencos, en su caso de «Las Migas», licenciada no solo en España, sino también en el extranjero, en el Sweelinck Conservatorium de Ámsterdam.
Laura González
Y de este modo, estos nombres y los de tantas otras querríamos que fueran escuchados más allá de sus cuerdas, en tantos espacios como sea representado el flamenco. Puesto que, como ya indicaba Federico García Lorca en su poema «La Guitarra», dedicado a ella, y en referencia a sus intérpretes, «es inútil callarla. Es imposible callarla». A la guitarra. Y a todas las que la hacen resonar bajo el nombre de tocaoras. En femenino. Como indica la propia palabra.
Marta Robles
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