Reseña concierto Israel Fernández en Suma Flamenca 2024. En el cante como en la vida hay que saber de quién se aprende. De donde se nace. De a quién se escucha. Sin importar el origen de la garganta de donde procede, el buen cante siempre es aquel que conoce los recónditos lugares donde se han cocinado sus sonidos. Las tablas que, incluso pasado el tiempo, nunca crujen sino que resuenan con más fuerza. Las paredes cuyos ladrillos parecen estar colocados a compás. O las vidas que van entrando y saliendo, recordando sin prejuicios a aquellos que construyeron el abstracto lugar universal del flamenco. Por Natalia del Buey. Fotos Demetria Solana
A algunos kilómetros de distancia y mirando desde la perspectiva de un enorme escenario cuyo patio de butacas abruma al escucharse entre aplausos, un cantaor gitano de Toledo, Israel Fernández, trae a su memoria los cantes de los que hace un siglo fueron como él en otra tierra, en Jerez, cuna de su arte jondo. Devolviendo a una vida que nunca dejó de pertenecerles, Israel parece resucitar los apellidos también gitanos de los que crearon su cante. Un admirado Antonio Chacón revive cuando comienza a cantar por malagueñas. Con sus mismas palabras pero con un giro de voz que, aprendido de aquel popular maestro, ha tomado su propia personalidad. Otro espíritu toma su garganta cuando entona por seguiriyas como lo hacía en su tiempo el gran Manuel Torre; aunque en el fondo con cierta diferencia en la queja, similarmente gitana pero plagada de un sonido que resuena a un flamenco vivo. La voz de Israel continúa sin descanso por tientos y tangos, por soleá, incluso improvisando a petición del público por fandangos, demostrando con su corazón humilde la evidencia de que para cantar bien hay que escuchar mejor.
Y cerrando con una típica fiesta flamenca por bulerías, acompañado de sus correspondientes palmeros, cajonero y guitarrista, Israel deja en su Madrid los cantes infinitos que otros oídos pudieron disfrutar en el famoso Gallo Azul jerezano, ahora en un teatro que está cada vez más cerca de formar parte de la lista de los templos más flamencos. Un teatro que en un siglo podrá presumir de guardar entre sus paredes el compás de sus manos gitanas, y en sus vidas el sonido de alguien que, ciertamente, será para el futuro un gran apellido que no olvidar, Fernández, muy gitano, y un especial nombre que lo acompañará siempre, Israel.