La bailaora y coreógrafa, Sara Baras, inaugura el 23 de febrero el Festival de Jerez 2024, la mayor muestra mundial de baile flamenco. El Festival abre el telón del Teatro Villamarta con el nuevo espectáculo de la compañía de Sara Baras, «Vuela», un homenaje al genio de la guitarra, Paco de Lucía. Os dejamos esta crónica de Natalia del Buey sobre el estreno de la obra en el Teatro Real de Madrid.
Escribir sobre aquellos artistas a los que denominamos universalmente “maestros” es una tarea de gran responsabilidad. Tantas palabras bonitas se han dicho de ellos, que resulta casi imposible volver a encontrar el término exacto con el que expresar las sensaciones, aún nuevas, que nos hacen sentir. El Teatro Real, templo sagrado de la cultura madrileña y de nuestro país, preparó su impresionante escenario para recibir a la gran Sara Baras, quien desde su humildad homenajeaba al maestro de maestros, Paco de Lucía, celebrando los 25 años de su compañía.
Y con todo ello, “Vuela”, pieza que representaba la artista junto a su equipo, resultaba ser una simple explicación del significado de maestro contado a través de una sencilla narrativa protagonizada por el hermoso movimiento del vuelo de la falda de Sara al bailar, cuyas dimensiones se transformaban al sentir más liberada su alma.
Aparecía por primera vez la bailaora acompañada de una guitarra, quizás la de Paco, con la que dialogaba aún desde la rectitud, dejándose a veces llevar por la improvisación de su música. Sutiles movimientos de brazos y taconeos desenfadados. Expresión de lo que más la define. Lo sencillo y la pasión, y transportándolo después hasta su cuerpo de baile de perfectos pasos inflexibles que recuerdan a la disciplina del guitarrista. Y con esta primera imagen, define maestro como aquel que nos enseña a moldearnos, a encontrar nuestra identidad. La falda de Sara se convierte en arte, con el impulso de un giro que entra en bucle y no para. Que se empapa de la creatividad que comienza a fluir dentro de sí.
Es entonces cuando los movimientos pasan a ser más libres. El escenario se envuelve de batas de cola que bailan al son de las olas del mar, ese sonido gaditano que une a ambos artistas y que no es más que un recuerdo del lugar que nos hace libres. La guitarra de Paco canta por alegrías, cogiendo la velocidad de los pájaros al volar, haciendo mover como mantones las redes de los marineros, al sentir del viento, sin ataduras.
Pero pronto termina. Chocando con el silencio de una guitarra que llora y que rápidamente se apaga para escuchar el cante de una saeta. Diálogo con la muerte, con la pérdida. Con un espacio difuminado de piedras y flores. De melancólicas despedidas. El maestro ha muerto y la bailaora se deja llevar por su dolor. Su alma se despide de él sobre su tumba. Una sombra acompaña su falta de luto, de volantes que se mueven con la fuerza de sus pies, como lágrimas. Maestro es a quien echamos en falta. Cuya marcha nos llena de vacío. De oscuridad.
Poco a poco, todo parece transformarse. Una voz resuena. “Cuando tú mueres, yo vuelo”. Y así es. Para un maestro, la muerte es simplemente un tránsito hacia la vida. Hacia el recuerdo. La bailaora vuelve a estar acompañada. El negro fúnebre de su vestido evoluciona al color. Junto a ella, su cuerpo de baile. De colores. De una nueva vida. “Cuando tú mueres, yo vuelo”. Y vuelve a volar. Entre abanicos que airean el alma y que la hacen libre. En movimientos hipnóticos de zapateados que cantan. En instrumentos y voces que narran la escena. Maestro es quien desde otra vida sigue a nuestro lado.
Y por último, una gran fiesta cierra la historia. Alegre. Resonando de arte. De aquella voz de mujer que tanto le gustaría escuchar a Paco. De los acordes que acarician a Sara al bailar. De un público que decide unirse al homenaje con un infinito aplauso. Lanzado al cielo. Al maestro de maestros. A cuyo recuerdo permanecerá para siempre, imborrable. Entre las butacas parece sentirse a alguien más. Y con el telón bajando, la falda de Sara da vueltas. Blancas y negras. Parece volar hasta arriba, junto al maestro que puso título en vida a este precioso homenaje a compás de bulerías.
Natalia del Buey de Andrés, periodista
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