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¡Ya ha nacido La Zambomba Gitana de la Frontera!

De la mano de Natalia del Buey, nos llega un hermoso pasaje de cómo se vive la Navidad, un cuento para despertar el recuerdo y también abrirnos una puerta hacia la nostalgia de otros tiempos. En pocos lugares se manifiestan estas celebraciones como en Andalucía y a ella nos acerca este relato en el que la hoguera y la fiesta, los pestiños y los villancicos continúan siendo un rito que mantiene viva la llama de la Navidad.  Facilitamos enlace a las zambombas al final del relato.

Eran los meses más fríos del año en la tierra con más acento de Andalucía, una tierra con una familia muy abundante, gitana, que parecía haberse expandido por numerosos territorios de la zona. La tierra en cuestión se llamaba Arcos, con apellido noble, de la Frontera.

En Arcos de la Frontera habían escuchado los oídos más atentos los ritmos profundos del cante flamenco, acompañados de letras infinitas que muchas veces había tomado de algún miembro de su familia, en su mayoría cantadas por bulerías.

En la familia de la Frontera eran grandes aficionados a su arte, de tradición antigua y gran sabiduría. Y eran conocidos por ello. A menudo aparecían entre las fiestas más sonadas, acompañándose unos a otros hasta el amanecer. En todas las épocas del año, en la familia guardaban los cantes adecuados para expresar la vivencia correspondiente. A Arcos le encantaba escuchar a su abuelo Jerez cantar las Saetas como llanto a su Virgen y Cristo gitanos, y, a escondidas, trataba de imitarle soñando algún día ser como él. También se divertía viendo a su hermano Vejer cuando en la feria aplaudía al ritmo de infinidad de letras, celebrando la llegada de la primavera.

Sin embargo, en aquellos meses de frío, sentado frente a la fragua y escuchando a su familia cantar todos los palos flamencos, Arcos se preguntaba por su fiesta favorita: la Navidad. Es cierto que algún año había oído a su madre tarareando algo que hablaba de aquel festivo, pero nada tenía que ver con la música que él conocía.

Tras varias semanas donde cada vez estaban más cerca los días más soñados de Arcos, trató de investigar y aprender sobre esa bonita tradición que siempre había celebrado pero a la que, en su modo de ver la vida, faltaba lo más importante: el flamenco. Comenzó conociendo los personajes más ilustres de aquella historia invernal: un niño de espíritu sagrado y de familia humilde, una madre joven y de belleza indudable y un padre acompañante de todo aquello, sobre la escena de un viejo pesebre donde dar a luz a aquel niño inocente y puro. Le resultaba fácil sentirse identificado con aquella historia, puesto que en el fondo se sentía como ese niño especial, nacido en el seno de una familia de amor y tradición, querido y adorado por todos. Trató entonces de estudiar los cantes más conocidos de sus fiestas flamencas, la bulería, la farruca y algunos sonidos escondidos aún sin nombre, y buscó entre las mejores voces de su tierra a quienes le ayudaran a crear ese gran plan que tenía entre manos.

Sin decir nada a su familia, tras todo este trabajo de investigación, reunió a sus ayudantes, viejos y mujeres gitanas de sus alrededores, y los colocó en el patio de su casa. Cada uno con su silla de madera formó un círculo alrededor de una lumbre improvisada, y sacó de entre sus trastos cualquier cacharro capacitado para seguir el compás. Una mujer fabricó con la piel de un cabrito algunas panderetas, otro trajo botellas de anís que había aprovechado a beber y palos para frotar su superficie, otra vieja del pueblo compartió con los presentes sus joyas más preciadas para chocarlas y hacerlas sonar como cascabeles, y su marido, el más entendido, aportó las seis cuerdas de su guitarra.

Una vez ya estuvo todo preparado, llamó a su familia para que comenzara la gran fiesta. Su madre, al observar tan numerosa reunión sacó para todos algunas bandejas de los dulces que había cocinado para la Navidad: pestiños, buñuelos y roscos. Al principio, todo les pareció realmente conocido, puesto que era frecuente juntarse en sus casas con otras personas del pueblo para echar largos ratos de cante, toque y baile. Pero al momento todos comenzaron a sorprenderse. La voz profunda de una conocida mujer de la tierra del abuelo Jerez, a la que llamaban por esa misma razón La Paquera de Jerez, comenzó a exponer ante todos nuevas letras que había aprendido, acompañadas por el viejo gitano que la seguía con su guitarra por bulerías y al que jaleaba al ritmo de “el villancico del Gloria”:

Los caminos se hicieron con agua, viento y frío 

Caminaba un anciano muy triste y afligido a la Gloria

Y contestaban los demás al unísono, entre palmas y panderetas:

A su bendita madre Victoria

Gloria al recién nacido, Gloria.

Acto seguido se unía otro hombre de nombre gaditano, al que llamaban popularmente Pericón de Cádiz, y entonaba una nueva letra, protagonizada por la Virgen de manera alegre y festiva:

La Virgen lleva una rosa

en su divina pechera.

Que se la dio San José

antes que el niño naciera.

Y a su alrededor, un coro de hombres y mujeres gitanas replicaban con cascabeles:

Alegría, alegría, alegría

alegría, alegría y placer

que ha parido la Virgen María

en el Portal de Belén.

Arcos de la Frontera disfrutaba de la emocionante velada, orgulloso del gran festejo al que había convocado a tantos vecinos. Su abuelo y su hermano, acompañados del resto de los miembros de la Frontera trataban de seguir los cantes y anotarlos en su memoria para no olvidarlos nunca. Pero cuando todo parecía no poder mejorar, llamó a la puerta de aquella casa una mujer de extraña apariencia. Había escuchado a lo lejos aquellos cantes y decía tener algo que aportar. La llamaban La niña de la Puebla. Cogió una silla y se sentó al lado del viejo gitano que aporreaba con cierto arte las cuerdas de su guitarra. Y comenzó a cantar algo a lo que había bautizado como un nuevo cante flamenco, los campanilleros:

En la noche de la Nochebuena

los campanilleros por la madrugá.

Me despiertan con sus campanillas

y con sus guitarras me hacen llorar.

Y empiezo a cantar

y a sentir que todos los pajarillos

cantan en la rama y se echan a volar.

Al terminar, todos aplaudieron y Arcos, que todavía tenía más sorpresas que ofrecer apareció con una gran vasija. Metió en su centro un palo, cubierto por una piel, y comenzó a cantar frotándolo de arriba abajo. Un ruido estrepitosamente diferente acompañaba su cante sin fin. Los gitanos del lugar, que parecían haber escuchado ya aquel sonido devastador, se unieron a él encadenando una letra tras otra, junto a los cascabeles, las palmas, las panderetas y las guitarras hasta el amanecer.

Parecía haber terminado la gran fiesta en Arcos de la Frontera y mientras todos los vecinos recogían sus instrumentos, aquella tierra decidió convertirse en la embajadora de su diferente celebración, con el motivo de la Navidad. Observó su instrumento y escuchando en soledad su sonido se dio cuenta de que el ruido que acompañaba su cante era producido por un zumbido, rápido y cansado, de ese palo de madera que entraba y salía del agujero de su vasija. Llamó así a su instrumento zambomba, y en honor a él, puso el mismo título a su fiesta, prometiéndose repetirla cada Navidad y expandirla por todos los rincones de su familia, de la Frontera.

Consulta la programación de las zambombas flamencas:

https://www.jerez.es/ciudad/navidad-jerezana-2024-2025/zambombas

https://laguaridadelangel.com/#

https://www.juntadeandalucia.es/cultura/agendaculturaldeandalucia/evento/zambombas-en-arcos-de-la-frontera-0

https://www.juntadeandalucia.es/cultura/agendaculturaldeandalucia/evento/zambombas-de-jerez-navidad-2024

 

 

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