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Historia y orígenes del Flamenco: El flamenco en Madrid

Por la vivencia y afición a la flamencología, por Manuel Ríos Ruiz

Nuestro querido Manuel Ríos Ruiz (DEP) escribió para nuestra Revista Zoco Flamenco de junio de 2016 (nº8) este artículo donde recuerda el año 1958, «en el que un grupo de poetas jerezanos animados y dirigidos por el periodista Juan de la Plata, creamos, dentro del Centro Cultural Jerezano, la Cátedra de Flamencología Y Estudios Folklóricos Andaluces, soñábamos con algo presentíamos muy difícil de alcanzar: la total revalorización del cante…».

Ser andaluz, jerezano, es quizás la razón más poderosa que haya inclinado nuestra sensibilidad a la observación y estudio del cante flamenco, a su divulgación sobre todo. Y es que nacer en el Barrio de Santiago, donde, desde Tío Luis El de La Juliana hasta José Mercé, nacieron tantos cantaores, influyó en nuestra condición de aficionado. Sobre todo teniendo en cuenta una estrecha convivencia, una sincera hermandad con un núcleo humano muy importante en el desarrollo  y en la evolución del arte flamenco.

Aún guardan nuestros oídos los melismas sentimentales de Tío José de Paula y los desgarrados quejíos siguiriyeros de Cabeza. También las historias y recuerdos de los viejos fragüeros de la calle Nueva y de la calle Cantarería, los relatos de los cortijeros gitanos, que nos hablaban del Niño Gloria como si lo hicieran de un dios, y que nos contaron de Manuel Torre las más enigmáticas leyendas. Algunos como Paco El de La Melé, arrugado y melancólico martinetero, se remontaban hasta Paco La Luz, El Loli, Los Locos, El Marrurro, Torrán, Frijones…, y nos hablaban del primo Juanito Mojama con devoción apologética.

Sirvan estas referencias, pues, para justificar y razonar un tanto nuestro celo por el cante, una dedicación a su estudio y difusión. Cuando, en  1958, un grupo de poetas jerezanos animados y dirigidos por el periodista Juan de la Plata, creamos, dentro del Centro Cultural Jerezano, la Cátedra de Flamencología Y Estudios Folklóricos Andaluces, soñábamos con algo presentíamos muy difícil de alcanzar: la total revalorización del cante, siguiendo las directrices marcadas por Manuel de Falla y Federico García Lorca con el concurso de cante de Granada, allá en 1922, en su sentido más esencial. Y el empeño y el esfuerzo, dieron enseguida positivos resultados. Sí, al margen de una labor en equipo que consumó un archivo importantísimo en lo documental y bibliográfico, nos preocupamos de difundir nuestras investigaciones en la revista “Flamenco”, varios libros, y la organización de ciclos culto-populares, como el I Curso de Cante Andaluz celebrado en Cádiz, los Cursos de Arte Flamenco en Jerez de la Frontera, y la I Semana Universitaria de Flamenco, celebrada en Sevilla. Labor que significaría el comienzo de una etapa de revalorización del cante y la consagración de la necesaria institución de la flamencología.

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